"En cuanto Gonzalo la vio despedirse de la señora y del joven, bajó de la camioneta, quería asegurarse de que no le pasara nada, por caminar por esa calle tan solitaria y oscura. Él venía de una ciudad con mucha más población, por lo tanto, era más insegura y violenta. Lo sabía bien por su trabajo de detective, así que no era extraño que siempre estuviese alerta.
—Deme un momento, voy a buscar el control de la puerta del garaje —mencionó Rebecca, escapando con rapidez del hombre; y a cada paso sentía cómo sus piernas flaqueaban.
—Claro. —Fue todo lo que consiguió decir Gonzalo, mientras la veía entrar a la casa de dos plantas, con la típica fachada, que tenían todas las viviendas en el estado de Luisiana.
Rebecca encendió las luces y caminó hasta la cocina, donde sacó de uno de los gabinetes, la caja que contenía todas las copias de las llaves de la casa y el control del garaje.
Seguía sintiéndose extraña por la presencia de ese hombre; en verdad, había perdido la cabeza al aceptarlo allí, era un completo desconocido. Solo sabía que se llamaba Gonzalo Dorta y que era, según él, detective de la policía de Filadelfia; fuera de eso no sabía nada más. También podía estar mintiendo y ser un ladrón, un psicópata o un violador.
—¡Por Dios, tantas cosas! No pareces tú, Rebecca, ¿cómo pudiste acceder? Esta es la estupidez más grande que has hecho... es la más grande de todas. —Se dijo en voz alta, sintiendo una dolorosa presión en el pecho; y tomó aire despacio para aliviar esa sensación. Cerró los ojos armándose de valor—. Solo será una noche... diez horas, solo eso, puedes mantener el control, recuérdalo y si no, llamas al nueve once.
Salió de nuevo al pórtico y le hizo una seña para que subiera al auto, mientras ella accionaba el mecanismo del portón eléctrico. La imponente camioneta que, por cierto, le iba a la perfección al conductor, ingresó a su garaje. Ella volvió a suspirar cuando el detective la apagó y bajó, llevando en su mano solo un bolso.
—Viaja con poco equipaje —mencionó, porque le pareció un algo sospechoso.
—Dejaré lo demás en el auto, ¿es seguro? —preguntó él, sin animarse a mirarla a los ojos.
—Sí... sí, por supuesto. Nunca he sufrido de robos, y me paso la mayor parte del tiempo en el restaurante —informó, mostrándole una leve sonrisa—. Bueno, bienvenido a mi humilde hogar. —Rebecca abrió la puerta y lo invitó a pasar al salón.
—Gracias.
Rápidamente, Gonzalo paseó la mirada por el lugar, como era su costumbre; al ser policía, no había sitio nuevo donde llegase que él no estudiase. El conocimiento de su entorno le daba cierto sentido de seguridad.
Descubrió que la casa de Rebecca era más grande que su nuevo apartamento en Filadelfia. No le veía nada de humilde; tal vez carecía de mobiliario, pero para vivir ella sola allí como sospechaba que hacía, era bastante amplia.
—Este es el baño de visitas... deberá usarlo, pues la habitación donde se quedará no tiene. —Le mostró una puerta y siguió hasta el final del pasillo—. Esta parte de la casa, ha estado cerrada porque no la uso, pero está todo limpio... una señora viene una vez por semana e insiste en atender la casa completa. —Abrió la puerta y buscó el botón en la pared, para encender la luz.
Gonzalo se encontró, con una habitación amplia y bien iluminada, apenas pudo percibir el olor a encierro, que se apoderaba de los espacios, cuando no eran usados. La cama de madera, era grande y se veía resistente, el colchón también parecía estar en buenas condiciones; pudo verlo, ya que no tenía sábanas, aunque suponía que ella le daría algunas.
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Ronda Mortal: La reina y el Alfil.
RomanceDespués de aquella conversación, en un bar de carretera, con un abogado ebrio; Gonzalo Dorta, decide lanzar al olvido, las palabras de aquel hombre; ya que, tiene asuntos más importantes de los cuales ocuparse. Sin embargo, el primer encuentro con D...