Capítulo 4

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"Después de tener que esperar cuarenta minutos, para conseguir un taxi que los trajera de regreso a Nueva Orleans; del tráfico lento en la carretera y de tener una acalorada discusión al llegar al apartamento de Diego, debido a los nervios que le provocaba a Deborah, haber dejado ir a George solo hasta el aeropuerto de Jackson; terminaron por caer rendidos, después de un baño que se dieron por separado.

Ella no estaba para sexo esa noche; y Diego tampoco quiso rogarle, no estaba acostumbrado a hacerlo, porque a él las mujeres lo asediaban todo el tiempo, y prácticamente, se le desnudaban para que se las cogiera.

Además, debía admitir que al igual que a Deborah, a él también le preocupaba que el abogado fuese a cometer alguna estupidez. El miedo podía hacer que un hombre actuase de muchas maneras; y las amenazas no siempre ejercían el efecto deseado.

No obstante, se esforzó en no pensar en ello, y para lograr conciliar el sueño hizo a un lado su molestia con Deborah y le rodeó la delgada cintura con el brazo, pegándola a su cuerpo.

Ella en un principio se tensó pensando que él deseaba tener sexo, a pesar de que ya le había dicho que estaba agotada, pero al sentir que solo buscaba tenerla cerca y el beso de buenas noches que le dio en el cuello, se relajó disfrutando de esa cercanía, del calor que le brindaba la piel de Diego, y se hundió en la deliciosa fortaleza que era su pecho.

A la mañana siguiente, el primero en despertar fue él; ya que su cuerpo tenía un reloj biológico que no lo dejaba dormir hasta tarde. Sonrió, emocionado cuando su mirada se topó con el rostro de Deborah, quien aún dormida seguía luciendo hermosa y deseable.

Su cuerpo había disfrutado de esa cercanía, pues ya se mostraba ansioso por poseerla y él lo complacería. Se movió con cuidado para no despertarla aún; y deslizó su mano debajo del diminuto pantalón corto de satín rosado, que ella se había puesto la noche anterior, creyendo que con eso lo mantendría lejos.

La verdad era que Deborah no terminaba de conocerlo; porque si él hubiera querido cogérsela, lo habría hecho, aunque se hubiera puesto un hábito de monja. No lo hizo porque su cabeza estaba ocupada con todo lo del maldito abogado, por nada más.

—Vamos, belleza, déjame sentir cómo amaneces —susurró, acariciándole con dos de sus dedos, la suave y cálida vulva.

Ella se removió un poco, entregándole un gemido y volvió su rostro hacia él, pero sin llegar a despertar.

Diego retomó sus movimientos; y aventurándose a ir más allá, le deslizó uno de sus dedos en el interior que no se encontraba muy húmedo, pero él cambiaría eso en segundos, la haría mojarse como siempre. Comenzó a masturbarla despacio, sintiendo que su respiración a cada segundo se hacía más pesada, así como el latido de su corazón más rápido.

Ella volvió a gemir, provocando que una sonrisa cargada de satisfacción se adueñara de sus labios.

Deborah comenzó a salir del estado de sueño para sumergirse en uno más plácido; tembló íntegra cuando las sensaciones que le recorrían el cuerpo fueron ganando intensidad. No quería abrir los ojos y despertar de ese maravilloso sueño, si es que era un sueño, pues se sentía muy real; suspiró, separando sus piernas para que aquello que la invadía tuviera mayor libertad.

—Creo que estás de mejor humor esta mañana —comentó él y en su voz vibraba la risa, le dio un suave beso en el cuello y aceleró el ritmo de sus dedos.

—Diego... —susurró ella, moviendo sus caderas para acoplarse al compás de los dedos de él.

Aún sentía la cabeza envuelta en una nube, pero su cuerpo estaba muy despierto y ansioso por eso que Diego le brindaba; parpadeó despacio para que su vista se ajustara a su entorno, y lo primero que vio fue la sonrisa sensual de él; después, esa mirada oscura que estaba cargada de deseo y que tensó todos sus músculos, cargándolos de energía y expectativas.

Ronda Mortal: La reina y el Alfil.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora