Capítulo 8

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"Gonzalo llevaba varios minutos mirando a través de la densa oscuridad de la habitación, las figuras en el cielo raso del techo, a medida que salía de su estado de somnolencia; su curiosidad se despertaba y su mente comenzaba a trabajar.

Le resultaba un tanto extraño que Rebecca tuviese una casa como esa, que viviera sola y que también tuviera como sospechaba, problemas económicos; pues ese fue el motivo que la llevó a aceptar que él se quedara a dormir allí.

Tal vez esa propiedad era una herencia, al igual que el restaurante, que según le contó era suyo. Era muy joven para tener todas esas cosas, así que definitivamente tenía que haberlas heredado. Lo que él no entendía era porqué si estaba con deudas, no vendía alguna de las dos y las saldaba; bueno, él en su caso lo hubiera hecho. Era lo que pretendía hacer con la casa de su padre en los pantanos, necesitaba ese dinero para pagar los préstamos que hizo, para costearle los tratamientos.

—Tú no puedes andar con los sentimentalismos de conservar propiedades, después de todo, no le tienes ningún apego a ese lugar, apenas has estado allí pocas veces —expresó en voz alta y dejó escapar un suspiro pesado.

Eran las cuatro y media de la mañana; y pensó que tal vez debía aprovechar, que Rebecca aún dormía para tomar una ducha y dejarle el espacio libre. Siendo sincero, no le había molestado ese encuentro casual, y siempre que lo recordaba sonreía.

De pronto, se tornó serio, debía tener claro que no estaba allí en plan de conquista, que lo que menos necesitaba en ese momento era involucrarse con una mujer; y era evidente que ella no era de las que aceptaban el tipo de relación, que él se había acostumbrado a tener en los últimos años; así que, lo mejor era dejar las cosas como estaban.

Con esa resolución se puso de pie, para ir a darse una ducha y prepararse para salir lo más temprano que pudiera de ese lugar, sabía que una vez que se concentrara en lo que lo había llevado hasta allí, se olvidaría de todo lo demás.

Cuando salió al pasillo vio la luz de la cocina encendida y escuchó algunos ruidos, su instinto policial lo hizo ponerse alertar; y con sigilo caminó hasta el lugar. Su primera reacción fue dejar libre un suspiro; y después, sonreír como un estúpido al ver que se trataba de Rebecca. Debía sospecharlo, pues aparte de él era la única persona en esa casa.

Ella se veía muy concentrada y entretenida en lo que hacía, estaba de espalda, así que Gonzalo tuvo la libertad de admirarla a sus anchas. Con la mirada recorrió las formas de sus turgentes y redondas nalgas, que se definían perfectamente, gracias al desgastado y ajustado jeans azul que llevaba puesto, y le llegaba hasta la cintura, haciéndola lucir muy delgada.

Pensó en lo bien que se sentiría envolverla con sus brazos, para pegarla a su cuerpo y sentir ese suave balanceo, que ella llevaba al seguir el ritmo de la canción que sonaba en la radio.

También admitió, que le gustaban mucho las piernas de esa mujer y que era una lástima, que no pudiera dedicar un tiempo para conocerla mejor...

¿Conocerla mejor? ¡Conocerla mejor! ¿Para qué? ¡Pendejo! ¿Acaso no acabas de decir, que tú solo viniste a este lugar para vender la propiedad de tu padre y nada más? Ya deja de lado las estupideces, Gonzalo.

Le recordó su consciencia en pensamientos y apartó la mirada del atractivo culo de Rebecca. Hacía mucho tiempo que había superado esa etapa, en la que solo pensaba con los huevos. Era un hombre de treinta y tres años, con la suficiente experiencia como para saber escoger entre lo que le convenía y lo que no, para anteponer beneficios más duraderos al sexo.

Esa era su parte racional expresándose, pero cuando dio inicio otra canción, y ella empezó a moverse de manera más sensual, sintió a su miembro pulsar en repuesta a lo que sus ojos veían; la imaginó llevando puesto lo mismo del día anterior, y la sangre se le calentó en cuestión de segundos.

Ronda Mortal: La reina y el Alfil.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora