Capítulo 5

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"Gonzalo llevaba al menos cuatro horas en un terrible embotellamiento, en la interestatal 10E, la vía que lo llevaría hasta el pantano Atchafalaya. En ese recóndito lugar, apartado de toda civilización, se le había ocurrido a su padre construirse una cabaña, para pasar los últimos años de su vida.

Sin embargo, el destino lo obligó a vivirlo de un modo distinto; el último año lo pasó junto a él, en la caótica ciudad de Filadelfia, y el último mes en la sala de un hospital para enfermos con cáncer.

La larga fila de autos apenas había avanzado unos veinte kilómetros, desde que se encontraba allí y él cada vez se desesperaba más; por suerte, había dejado de llover y el aire a su alrededor estaba fresco, aunque se vio en la obligación de encender el reproductor para acallar el sonido de los insectos que estaban a punto de volverlo loco.

Las notas de Smells like teen spirit, que llenaban el interior del auto, junto a la voz de Gonzalo quien seguía la letra, buscando distraerse un poco, no lograron amortiguar el fuerte estruendo que hizo un enorme ciprés calvo, cuando se desplomó estremeciendo la tierra.

Comenzó a escuchar los gritos de varios hombres; y bajó del auto para ver lo que sucedía. Los demás conductores también lo hicieron y en pocos minutos, la voz comenzó a correr. Uno de los hombres que trabajaba para retirar los árboles que obstaculizaban el tránsito en la vía, había resultado herido; y el jefe de la cuadrilla decidió que cesarían las labores de limpieza porque necesitaban de maquinaria pesada.

—El árbol que acaba de caer lo hizo en mitad de la carretera y dañó parte del pavimento en el tramo que habían limpiado; nadie más podrá pasar hoy.

Terminó de explicar el hombre que había ido por sus propios medios para investigar la situación; luego subió a su auto donde lo esperaban la esposa y sus dos hijos.

—¡Maldita sea! —exclamó molesto Gonzalo, en cuanto subió a la camioneta y encendió el motor—. Debería olvidarme de este lugar y dejar que la maleza se lo trague, es una pérdida de tiempo —se quejó, esperando su turno para girar como los demás vehículos y regresar hasta Nueva Orleans.

Desde el mismo momento en que abandonó su rutinaria vida en Filadelfia, todo a su alrededor se volvió un caos; la frustración era una constante y por ende, el mal humor no lo abandonaba. Solo se liberó de la tensión la noche anterior, cuando se quedó en la casa de Rebecca; y esa mañana después del sorprendente encuentro en el baño, pero fuera de eso, todo lo demás había sido una mierda.

Descargó parte de la furia que sentía pisando a fondo el acelerador, era un conductor prudente, pero haber estado parado durante cuatro horas en esa maldita carretera y no haber conseguido llegar a su destino, era algo que estaba más allá de su sentido común.

En menos de una hora llegó de nuevo al centro de Nueva Orleans y se vio tentado de ir hasta el aeropuerto, para ver si corría con la suerte de encontrar un pasaje a Filadelfia.

—Ya encontrarás la manera de saldar todas tus deudas —se dijo manteniendo la mirada al frente y tomando la vía hacia el aeropuerto, pues traía todas sus cosas con él.

Intentó luchar contra su realidad y pensar, que podía con todo, pero la verdad era que estaba solo en el mundo, el único familiar que le quedaba vivo era su tío Reinaldo, quien vivía en Lisboa y ya tenía setenta años. No podía sumarle más cargas al pobre, debía hacerse cargo solo de sus asuntos.

Tomó el carril de la derecha para después hacerlo con el retorno, en la próxima salida que le anunciaba el GPS.

—Debes tener un poco de paciencia, Gonzalo. La empresa que te contactó, te aseguró que compraría el terreno. Las cosas mejorarán... tienen que mejorar —aseguró, mirándose a los ojos en el espejo retrovisor; y una vez más estaba camino a Nueva Orleans.

Ronda Mortal: La reina y el Alfil.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora