Capítulo 6

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"Deborah se despidió de Diego, frente al edificio de Janeth. Él debía llegar antes a la mansión para no despertar sospechas entre los empleados, mientras que ella podía aparecerse a la hora que quisiera.

Él le pidió verse de nuevo esa noche, pero ella se negó haciéndole ver que no podían arriesgarse; además, habían pasado todo el fin de semana juntos y no quería que esa relación se volviera rutinaria ni agobiante.

Debía mantener los límites bien demarcados con Diego, como lo hacía con todos los hombres; o de un momento a otro, él comenzaría a creerse con derechos sobre ella.

Se dieron un beso apasionado pero rápido, para no exponerse a que alguien la reconociera y comenzaran los rumores; claro, que lo más seguro era que dijeran que andaba con un desconocido puesto que él, en la alta sociedad de Nueva Orleans, era un don nadie.

Diego esperó hasta que la vio entrar a la recepción del edificio, arrastrando la maleta; y después de eso salió a toda velocidad en su motocicleta.

—Hola, Janeth —saludó a su amiga, en cuanto le abrió la puerta—, ¿cómo estás? —Le preguntó, después de pasar al interior y darle un beso en la mejilla.

—Digamos que bien... pero ando en esos días, y los hombres son unos cabrones susceptibles —contestó, cerrando la puerta.

—¿Los hombres o tú? —Deborah sonrió, burlándose.

—No empieces. —Le advirtió, señalándola—. Mejor dime, ¿qué tal estuvo tu fin de semana? —inquirió con picardía, al tiempo que la invitaba a sentarse.

—Estuvo bien... algo movido —contestó Deborah, despojándose de la elegante chaqueta negra con botones dorados de corte militar. Hablaba en general, no solo del sexo.

—Perra —masculló Janeth—. A ver, dime algo más, cuéntame sobre el misterioso Diego Cáceres —pidió, caminando hasta la cocina para preparar unas ricas margaritas.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó, esquivando el tema.

—Tranquila, puedo sola, esto es sencillo... y no te hagas la loca, que sé perfectamente lo que intentas hacer. Te conozco como si te hubiera parido, Deborah Wallis, así que habla ahora mismo —exigió, mirándola.

Deborah maldijo en pensamientos al ser consciente de que no tenía escapatoria. Se devanaba los sesos buscando las palabras adecuadas para dar inicio a esa conversación, que tarde o temprano llegaría.

Suspiró, viendo cómo Janeth se manejaba en el bar, como toda una maestra en la preparación de margaritas, lo había aprendido de un amante barman que tuvo.

—Bien... ¿Qué quieres saber? Pero te advierto, no tengo mucho que contarte —mencionó, intentando poner límites.

—¡Claro que sí! Empecemos por... el tamaño —indicó, elevando una ceja y movió la coctelera en un gesto obsceno.

Deborah sonrió, esquivándole la mirada. Aunque ese no era un tema del que le avergonzara hablar con su amiga, en ese instante se sintió un poco cohibida de compartir esos detalles con ella. Se sentía como cuando le contó sobre su primera vez con Maurice, donde las palabras no le salían y su cara hervía ante el sonrojo.

—¿Tan bien está? ¡Vamos, no seas egoísta! Cuéntale a tu entrañable amiga... las medidas, quiero las medidas —comentó, y cuando llenó las dos copas, caminó hacia Deborah.

—Está muy bien dotado... tanto, que a veces tengo que pedirle que vaya despacio, porque me lastima. —Le confesó, y después le dio un sorbo a la margarita—. Te quedó deliciosa.

Ronda Mortal: La reina y el Alfil.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora