"Gonzalo, supervisaba, que los chicos de la ferretería, donde había comprado los materiales que necesitaba, para hacer las reparaciones de la cabaña de su padre, metieran todo dentro de la camioneta. Les agradeció y les dio una propina, cuando terminaron; subió al auto dispuesto a no perder más tiempo, pues llevaba casi toda la mañana allí, y era del tipo de personas que valoraba cada minuto.
Sin embargo, cuando vio que se encontraba a dos calles del restaurante de Rebecca; la hermosa morena se metió en sus pensamientos, distrayéndolo de su objetivo. Miró el reloj en su muñeca, que marcaba casi las doce del mediodía; y se dijo que tal vez debería parar a comer algo.
Disfrazó su interés en sentido común, acordando que no tenía lógica ir hasta la cabaña y cocinar, si podía almorzar en la ciudad. Esa sería la excusa perfecta para volver a verla; desde que se despidieron días atrás, se había descubierto en más de una ocasión pensando en ella, y lo más sorprendente de todo, sonriendo.
Estacionó y se miró en el espejo retrovisor, peinándose el cabello con los dedos; se pasó la mano por la barba, notando que debía rasurarla o terminaría luciendo como un indigente.
—¡Oh, vamos, Gonzalo! Deja de lado tanta pendejada... Nunca te has preocupado tanto por lucir bien para una mujer, al menos no desde... —Se interrumpió, antes de mencionar el nombre de su difunta esposa, y suspiró.
Sin dar más vueltas, bajó del auto con rapidez, tomando como era costumbre sus cosas; y caminó los diez metros que lo separaban del local. Abrió la puerta, buscando con la mirada a Rebecca, ni siquiera se fijó en su entorno como siempre hacía al entrar a un lugar nuevo.
La vio caminando de un lado a otro tras la barra, mientras organizaba los menús y una bandeja con vasos de cristal, queriendo atender todo al mismo tiempo. Eso lo hizo sonreír, y cuando ella levantó el rostro y sus miradas se encontraron; sintió que el corazón le brincó y frunció el ceño, negándose esa reacción que ya era conocida para él, pero que creía haber olvidado.
—¡Hola, Gonzalo! ¡Qué bueno verte! —Rebecca se sentía realmente sorprendida de verlo allí y de sentir cómo el corazón se le desbocaba.
—Hola, ¿cómo estás? —preguntó, de manera más formal, intentando regresarle la sonrisa, pero solo consiguió elevar la comisura.
—Bien, bien... y tú, ¿cómo te va? —contestó, intentando mantener a raya los estúpidos nervios que ese hombre le provocaba. Le esquivó la mirada, concentrándose en doblar las servilletas que irían en las mesas.
—Digamos que bien, estaba en la ferretería comprando unos materiales que necesitaba para la cabaña, y pensé en aceptar tu invitación —respondió, mirándola fijamente.
—¿Sí? —inquirió, un tanto desconcertada, pero después, recordó lo que había dicho—. ¡Ah, claro! Ya lo recuerdo. Bueno, hoy Mary hizo una de sus especialidades, el Quiche con Gambas, con su toque secreto que, lo convierte en una verdadera delicia —comentó, con entusiasmo.
—No lo he probado nunca, así que será otra novedad culinaria para mí, aquí en Nueva Orleans.
—Toma asiento en una de las mesas... o donde desees. —No quiso sugerirle de manera directa la barra, porque algo le decía que si se quedaba allí, ella no lograría concentrarse; aunque en el fondo, guardaba la esperanza de que sí lo hiciera, para tenerlo cerca y atenderlo personalmente.
«¡Oh, por favor, Becca! Te estás entusiasmando mucho con este hombre y sabes que no debes hacerlo. ¿A dónde se fue todo eso que te repetiste en los últimos días, cada vez que lo recordabas? Céntrate en tus cosas.»
Pensó, alejándose de Gonzalo, pero no podía borrar la estúpida sonrisa soñadora de sus labios, le dio la espalda y vio en la cocina su escapatoria.
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Ronda Mortal: La reina y el Alfil.
RomanceDespués de aquella conversación, en un bar de carretera, con un abogado ebrio; Gonzalo Dorta, decide lanzar al olvido, las palabras de aquel hombre; ya que, tiene asuntos más importantes de los cuales ocuparse. Sin embargo, el primer encuentro con D...