Mañana

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Hoy no era un buen día. Lo supe desde que en la mañana mi cafetera estuvo vacía, lo supe desde que a mi nevera no le quedaba jugo de naranja y me vi obligada a salir a desayunar a esa cafetería nueva frente a mi edificio.

Las mañanas nunca me han sentado bien, pero las llevo con arte. Todo es parte de hacerlo rutina, levantarte, ducharte, tomar un buen desayuno y enfrentar al mundo. Así de simple. Quizá algo de ejercicio, un poco de televisión, dependiendo del humor con el que despertara. Odiaba los lugares nuevos, siempre había sido así desde que salí del closet a los 20 años y decidí cambiar un poco mi apariencia. Las miradas eran obvias y algunas veces lascivas. Esas últimas siempre eran mis favoritas, aun así frecuentaba los mismos lugares donde no era sorpresa donde podía ser común. Panques con fruta y un jugo de naranja fueron mi desayuno, checaba mis correos en la Tablet mientras revolvía el azúcar dentro del vaso, una mañana normal.

Entonces la vi.

Maldita sea la hora en la que levante la mirada entre el jugo de naranja y la mesera que me preguntaba si quería café. Estaba sentada en la barra, ordenaba con esmero las galletas de almendra dentro de la vitrina. Nunca vi a nadie tan hermosa. Y me perdí. Ya no estaba en el desayuno ni en los correos, ahora estaba clavada en ella, viendo como sonreía a los clientes que pasaban en la caja. Como acomodaba su delantal a esa diminuta cintura, por Dios era tan putamente sensual.

Para mi tercera taza de jugo de naranja intercalada con café la vejiga me explotaba así que me quedo de puta madre el poder levantarme al baño para verla más de cerca. Si lo pienso ahora no era nada fuera de lo común, una chica morena de cabello castaño hasta la cintura, ojos color arena, o quizá miel, pecas cafés oscuro labios carnosos, y más pequeña que el promedio quizá. Era un día normal en Grecia supongo. Pero para esta parte del mundo para mí era lo más hermoso que pude encontrar. Al salir del baño la vi levantando cosas de la mesa contigua así que me apresure para toparla de frente, me acomode la camisa y fui hasta mi mesa.

-¿Todo bien por aquí?- me pregunto dando una gran sonrisa

-Sí, claro, quizá la cuenta-

-Perfecto- me sonrió inclinándose para levantar las tazas y yo no podía ni cerrar la boca, ¿Acaso tenía 15 años?

-Este lugar es muy cálido, ¿Hace mucho que abrieron?-

-Muchas gracias, no, tiene una semana aproximadamente o dos, no recuerdo he estado tan emocionada con este proyecto que no me he fijado en el tiempo- se encogió de hombros en un gesto tan etéreo que mataba

-¡Oh!, pues ¡felicidades!, no pensé que fuera tuyo- sacaba la cartera para pagar, la tarjeta sería la mejor opción, así podría ella saber mi nombre y me evitaría muchas explicaciones.

-¡Muchas gracias!, es la primera vez que un cliente me felicita. De verdad. Gracias-la sonrisa no cabía en su rostro y mis ojos no dejaban de seguirla mientras traía la cuenta- Toma, me extendió una galleta de avena- me di cuenta hace un rato que las mirabas, no quiero que mi próximo cliente frecuente se quede con antojo- me guiño el ojo y mi sonrisa nació sola

Una vez en casa, me asome hacia la cafetería, no podía ver nada pero el saber que estaba ahí, me daba una felicidad naciente que era tremendamente incomoda. Siempre era incómodo para mí el notar a alguien. No siempre salía bien, al menos no con quienes quería estar antes y después del sol.

Dos días después ya estaba de nuevo desayunando panques con jugo de naranja y café. No tenía autocontrol al parecer. Ya me estaba arrepintiendo de haber desperdiciado un excelente expreso en casa por unos panques en este lugar y no poderle ver, hasta que llego abrazando un manojo gigantesco de flores mientras sus "Buenos días" sonaban como música para mí. 

En el caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora