Episodio 16

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Venganza, ese deseo insaciable y demoledor que carcome desde adentro hacia afuera, larvas que crecen en el alma, devorando todo lo que una vez fue hermoso, desatando el caos y el infierno en el interior, Venganza, eso quería cuando lo veía.

-¡Te dije que bajes el arma Ezequiel! ¡No voy a volver a repetirlo!- Le ordené

-¿Eli?- Su voz carcomida por el temor entra en mis oídos perforándolos como espinas envenenadas, su temblor que a simple vista se comenzó a notar, se hizo más evidente a medida se giraba lentamente para corroborar quien estaba detrás de él.

-¡Eli no puedo creer que estés aquí! Yo, yo creí que estabas muerta hermanita- Sus ojos se abrieron de par en par, el arma en su mano comenzaba a bajar mientras temblaba sin parar como una maraca que era agitada por un cobarde- ¡Escúchame, no quería hacerlo, ella iba a matarme!, ¡Juro que no tuve opción!- Dijo como vil excusa.

-Silencio, no quiero escucharte- Le dije, solo pude pronunciar esas simples palabras aunque en mi mente tenía mil, estas no salieron, estaban atoradas en mi garganta. La impotencia era tanta que no me dejaba hablar

-¡Espera, espera!- Era lo único que exclamaba cuando Samuel lo tiro boca abajo en el suelo y puso su rodilla en su espalda para inmovilizarlo, haciéndome señas para que le alcance algo para atarlo.

Ezequiel estaba inmóvil y amordazado en el suelo, mi hábil compañero termino de cargar en una vieja mochila mía, color turquesa, todos los papeles, dinero y armas de la casa: pero yo permanecía ahí, parada firme frente a mi hermano, mirándolo desde arriba, una perspectiva a la inversa, el destino es una rueda, un sube y baja quien ahora me dejo en casi la misma posición en la que él me tuvo hace 2 años.

-Elizabeth, tenemos que irnos antes que nos descubran- Me dijo Samuel tironeando mi brazo, sacándome de aquel trance en el que estaba.

-Sí, vámonos-

Baje mi arma y camine lentamente hacía la puerta del estudio, emprendiendo retirada, pero me detuve, fue entonces cuando ocurrió. Una visión, una imagen fugaz... mi madre y mi padre corriendo tras mí, cuando era una pequeña por aquel pasillo que en ese entonces me parecía interminable, mi madre descalza con su cabello alborotado, sus risas descontroladas, para alcanzar a esa niña que una vez fui, aquella chiquilla que había robado sus fotos de boda. Cerré mis ojos en honor aquella hermosa imagen que creí se había perdido entre tantos oscuros recuerdos manchados de sangre, quería conservar ese momento para siempre.

Retrocedí unos pasos y gire sobre mi eje hasta quedar de costado a mi hermano, levante mi arma una vez más, dejándola a la altura de su sien a tan solo a unos cortos metros. En su rostro pude ver como la desesperación hacía que empalideciera, entre movimientos retorcidos en el suelo cual serpiente que es arrojada al fuego, digna comparación para alguien como él y sus gemidos para poder soltarse aquellas amarras que le impedían escapar eran como suplicas o como era costumbre de él, más mentiras. Lo miré directo a sus ojos color avellana, contemplando como sus pupilas se dilataban por el miedo y la adrenalina que lo arrollaban en aquel instante, eran tan bruscos sus movimientos que logro zafarse de la mordaza que tapaba su boca.

-¡Elizabeth! ¡Soy tu hermano! – Grito entre sollozos desesperados buscando en mi mirada compasión- ¡Recuerda que me amas!¡Soy toda la familia que tienes!- Sus palabras no inmutaron mi rostro, pero si mi corazón.

Aquel hombre que yacía en el suelo quien ahora odiaba y despreciaba fue una vez mi preciado hermano que tanto ame, aquel joven a quien hoy consideraba mi enemigo, una vez fue mi único aliado de travesuras, el mismo que una vez de niños robo un helado para consolarme por haberme caído en el asfalto, era quien me había arrebatado mí vida. Él representaba en mí lo mejor y lo peor de mis años. Me faltaba valentía para admitir que sus palabras me habían estremecido hasta lo más profundo de mí ser.

Memorias OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora