40 · Huele a sándalo

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Viernes 19 de Enero, 2018

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Viernes 19 de Enero, 2018

DANIELLE

Respiro hondo y saboreo durante unos minutos el silencio. Por primera vez, me paseo por la casa de Ángel tranquila y sin dolor de cabeza. La convivencia está siendo insoportable. Al principio estaba segura de que se debía al hecho de que seguía sintiendo cosas por mí, pero cada vez tengo más claro que eso es imposible. No me soporta. Me ha conocido tal y como soy, ha descubierto a la verdadera Danielle y se ha dado cuenta de que no le interesa en absoluto. Por eso nunca me han gustado las relaciones, porque implican conocer por completo al otro, descubrir todas sus mierdas y darse cuenta de que eres incapaz de soportarlas.

La casa está que da asco. Hay trastos por todas partes y no queda ni rastro del orden y la limpieza que había hace dos años. Sin duda, yo no he sido la única que en este tiempo ha ido a peor. El carácter de Ángel se ha agriado, se pasa la mayor parte del día de mal humor y ya no queda absolutamente nada del hombre del que me enamoré.

Junto a la tele, Ángel tiene unos auriculares inalámbricos. Los conecto a mi móvil por Bluetooth y me pongo música. Ya que esta tarde no tengo a Bruno para que estudie conmigo, decido invertir mi tiempo en limpiar la casa. Sé que me juré que no lo haría, que Ángel se tragaría sus propias palabras y se quedaría todo como estaba aunque me costara acabar echando la pota, pero tanta mierda va a hacer que acabe volviéndome loca.

Voy hasta la cocina, cojo todos los productos de limpieza y los dejo sobre la mesa del comedor, organizándolos y distribuyendo los que voy a usar primero. Empiezo con la cocina. Friego la montaña de platos que hay en el fregadero y me lamento en más de una ocasión de que Ángel no tenga lavavajillas. Limpio la vitrocerámica, que tiene restos de comida por todas partes, y limpio también la campana extractora. Dos horas y casi dos botellas de lejía después, la cocina y el baño están relucientes. El resto de la casa se me hace menos cuesta arriba. Quito el polvo, aspiro y friego el suelo, recojo los trastos y organizo las cosas que Ángel tiene por todas partes. Cuando entro a su habitación, la cosa se me hace un poco más difícil. Sobre todo cuando abro su armario para colocarle la ropa que le he doblado.

Intento no prestarle demasiada atención a sus cosas. Cuando abro una de las mesitas para colocar unos cuantos calcetines, veo una caja de preservativos medio vacía. Cierro el cajón con una incómoda sensación de malestar y acabo mirando su cama sin poder evitarlo. Pienso en todas las veces que hicimos el amor, y me saben a poco. Me habría gustado haberlo hecho muchísimo más. Pero ahora mi lugar lo han ocupado otras mujeres. Gema, por ejemplo. Decido terminar con la habitación de Ángel cuando antes.

Son cerca de las ocho de la tarde cuando la casa parece otra. He bajado al chino que hay en la calle de enfrente a comprar incienso y un centro de mesa que he dejado en la del comedor. La casa huele a sándalo y el centro redondo, trazado con mimbre, queda precioso con la mesa y las sillas de madera de color oscuro. También he comprado unas cuantas plantas que he repartido por la casa, dándole un poquito más de vida. Cuando termino de limpiar, cierro todas las ventanas y trato de entrar en calor. Voy hasta mi habitación en busca de algo que me abrigue un poco más que el chándal que llevo puesto, pero viendo que no tengo nada voy hasta el cuarto de Ángel y abro su armario. Cojo una de sus sudaderas y me la pongo. Después, me dejo caer sobre su cama con pesadez y trato de cerrar los ojos y descansar un poco la mente.

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