46 · Tú eres la italiana

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Martes 13 de Marzo, 2018

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Martes 13 de Marzo, 2018

DANIELLE

Sin duda, cuando me despierto el martes trece a las cinco de la mañana y me toca ir corriendo de nuevo al cuarto de baño, sé que no va a ser mi día de suerte. A pesar de que el despertador no suena hasta las seis menos cuarto, Ángel no tarda en aparecer por el cuarto de baño, con cara de sueño y una pequeña sonrisa cuando me ve sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra la bañera.

—¿Todo bien?

—Si por bien entiendes vomitar hasta la primera papilla, todo genial —respondo intentando sonar animada.

—¿Quieres ir al médico por...?

—No, estoy bien —lo corto—. Me habrá sentado mal la cena. En un par de horas estoy como nueva.

—Vale —responde Ángel, no demasiado convencido.

Vuelvo a lavarme los dientes, me recojo el pelo y voy en busca de mi ropa para vestirme y prepararme para ir al gimnasio. Estoy a punto de ponerme los pantalones cuando Ángel aparece en la habitación con una ceja enarcada.

—¿Adónde te crees que vas?

—Al gimnasio —respondo como si fuera evidente.

Ángel se ríe antes de apartarse del marco de la puerta, entrar a la habitación y quitarme los pantalones de las manos con cariño. Los deja sobre la cama y se acerca hasta mí para darme un beso en la mejilla.

—Hoy descansamos los dos, ¿de acuerdo?

—¡¿Cómo que descansamos?! —exclamo indignada.

—Sí, y no hace falta que descanses solo del gimnasio. Si no te encuentras bien para ir a la universidad, puedes quedarte en casa estudiando —me dice acariciándome la mejilla—. O puedes venir al taller conmigo y pasamos la mañana juntos...

—¿Estás intentando convencerme de que haga pellas, Ángel? —inquiero.

Él se ríe, pero ambos sabemos que acabaré haciéndole caso. Por eso, a las nueve menos cuarto de la mañana, me bajo de su coche y lo acompaño hasta el taller. Antes de ponerse a trabajar, Ángel quita de en medio todos los trastos que hay en el despacho. Mientras lo hace, no puedo evitar mirar la habitación y recordar lo que pasó aquí hace dos años.

—¿Todo bien? —inquiere Ángel mirándome preocupado.

—Sí, tranquilo —respondo.

Ángel se acerca hasta mí, me da un beso en la frente y me acaricia la cara antes de susurrarme que va a ponerse a trabajar. El resto de la mañana transcurre despacio, pero no se me hace pesada. Viendo que Ángel no enciende la radio por si me molesta al estudiar, acabo haciéndolo yo y me dedico a repasar con calma los apuntes y a acabar tareas pendientes. Estoy un poco cansada y me duele la cabeza, por lo que esta mañana sé más que de sobra que no voy a estudiar, por mucho que lo intente. Adelanto trabajos, deberes y resúmenes. Acabo aburriéndome y estoy a punto de quedarme dormida cuando la voz de un cliente al otro lado del taller logra despertarme.

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