Epílogo

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Cinco años después

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Cinco años después

ÁNGEL

Llego a la galería de arte una hora antes de lo previsto. En cuanto entro, me aflojo un poco el nudo de la corbata que llevo y echo un vistazo rápido buscando a Danielle. Sin embargo, no es con ella con quien doy, sino con mi hermana Isa, que está completamente embelesada con el bebé que duerme en el carro que está sujetando. Me acerco hasta ella y le pongo una mano en la espalda.

—¡Ángel, ya has llegado! —exclama emocionada—. Justo acaba de quedarse dormida tu princesa, pero no te preocupes, que en nada empezará a llorar de nuevo y podrás cogerla en brazos.

Me río y miro con una sonrisa de tonto a mi hija. Su madre la ha vestido con un conjunto rosa y blanco que hace casi más bulto que ella misma. Duerme plácidamente, con el chupete que le compró su tía Mónica entre sus delgados labios.

—¿Se ha portado bien? —le pregunto.

Isa asiente efusivamente.

—Ha estado muy tranquila —responde—. Aunque, cuando se despierte, estoy segura de que buscará la teta de su madre, así que... mi consejo es que encuentres a tu mujer antes de que eso suceda.

—Creo que será lo mejor —le doy la razón. Entonces reparo en que todo está demasiado tranquilo a nuestro alrededor—. Isa... ¿Dónde está Ben?

—Lo está cuidando Bruno —responde sin apartar la vista de mi pequeña—. Antes los he visto jugando por la parte de la galería que tiene esculturas.

—Tu hermano, mi hijo y esculturas de piedra —digo, y niego con la cabeza

—Algunas son de mármol —apunta Isa.

—Tengo un mal presentimiento —murmuro antes de ir a buscar a mi hermano.

Me despido de Isa y sigo recorriendo la galería hasta que llego a la zona de las esculturas pero, tal y como me esperaba, no hay ni rastro de Bruno ni de Ben. En su lugar, encuentro a Benoît disfrutando de la exposición con una copa de vino blanco en la mano. En cuanto me ve, me dedica una gran sonrisa y se acerca hasta ponerme una mano en el hombro.

—Me alegra ver que has llegado a tiempo —me dice a modo de saludo.

—Desde que trabajo con Arturo, tengo más flexibilidad en el horario —le explico.

—Alguna ventaja debía tener que el marido rico de tu hermana comprase el taller y te hiciera su socio, ¿no? —bromea Benoît.

Le doy la razón, porque eso fue exactamente lo que pasó. Un par de meses después de nuestra boda, Eva vino a verme y me contó que a Arturo le encantaban los coches y quería tener varios talleres. Dijo que quería a alguien de confianza que le ayudase a dirigirlos y, en cuanto lo habló con mi hermana, Eva le dijo que contara conmigo. Si bien es cierto que tardé cerca de medio año en contestar, al final me di por vencido y cedí, al darme cuenta de que, después de que Bruno dejara el taller para centrarse en su carrera, no daba abasto yo solo con todo el trabajo. Eso y la muerte de mi padre me hizo darme cuenta de que ya había llegado el momento de liberar un poco de carga. Ahora teníamos más de quince trabajadores a nuestro cargo y más de cinco talleres con el apellido Hernández por todo Castellón y Valencia. Y, lo más importante, yo tenía más dinero para mantener a mi familia y más tiempo para disfrutar de su compañía.

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