1 - J U R A M E N T O

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«Desde este momento no os juzgan los hombres, os juzgáis vosotros mismos.

Si habéis cometido una falta grave, vosotros mismos juzgáis qué camino seguir: o suicidarse con cianuro o dispararse con el revólver.

Debéis reservar siempre una bala del cargador. Esa última bala es para vosotros»

Si os preguntan de quién sois hijo, tenéis que responder: mi padre es el Sol y mi madre la Luna.

Bajo la luz de las estrellas y el esplendor de la Luna, formo la santa cadena. En el nombre de Garibaldi, Mazzini e La Marmora, con palabras de humildad, formo la santa sociedad.

Juro renegar de todo mi pasado hasta la séptima generación para salvaguardar el honor de mis sabios hermanos».

. . .

No comenzó como en las novelas. Yo no choqué dramáticamente con él en una esquina, no regué mis libros por todo el suelo, no me ayudó a recogerlos y en el momento en que su mano rozó la mía no levanté la mirada y quedó instantáneamente cautivado por mis hechizantes ojos verdes. Si hubiese sido así, todo hubiese sido mucho más sencillo.

Que sí, mis ojos son hechizantes, pero no son verdes, son celestes.

Que sí, cuando lo ví, fue instantáneo. Lo amaba.

Pero él... Él era algo mucho más complicado que eso.

Ni siquiera supe cómo, cuándo o qué era ese sentimiento desesperante, desalentador y punzante. Sólo sé que él era todo cuánto imaginé siempre de un príncipe de cuento, desde mi infancia. Y que pequé de quererlo desde entonces sólo para mí, de una forma egoísta y caprichosa.

Nadie tenía idea de cómo él había aparecido, tan sólo un día estaba ahí. Y aunque había pasado casi todas las noches de mi vida imaginando escenas románticas que nunca sucederían sobre cómo sería el momento en el que me topara con el amor de mi vida, jamás pensé que la realidad pudiera resultar tan cruel.

La verdad sí, él captaba la atención. No parecía un chico común, destacaba con su porte, su elegancia varonil, sus palabras educadas y su, para qué negarlo, su atractivo llamaba mucho la atención también.

Revisé la carpeta que sujetaba entre mis manos. Según la información escrita en los papeles, el joven y apuesto príncipe era donante del hospital de larga data, por lo que debía ser tratado con máximo cuidado. Mis ojos recorrieron su información, desde su edad (24 años) hasta su tipo de sangre (O-) para finalmente llegar a su nombre.

D’Angelo.

Mi trabajo como estudiante interna de primer año consistía en seguir a la doctora como un patito bebé sigue a su mamá pato, a través de todas las habitaciones, anotando lo que hiciera falta y asintiendo para todo lo que ella decía. A veces, veía al señor D'Angelo en los pasillos y admiraba su belleza con descaro durante los breves segundos en los que tenía la oportunidad de atisbar su elegante presencia. Pero nada más allá de eso. 

Después, lo ví en los pasillos de la universidad, frente a la oficina del rectorado. Estaba hablando con el vicerrector. Llevaba un traje negro y un abrigo gris oscuro por debajo. Mis ojos lo enfocaron y alcancé a escuchar el suave arrastrar de sus palabras. Ah, y su acento, su peculiar y divino acento.

D'ANGELO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora