Él subió a la pasarela, tiró de mí hacia él y me besó apasionadamente. Me tiró sobre el suelo, sujetó mis manos sobre mi cabeza y me dijo:
—Ahora voy a follarte—como en las novelas eróticas.
Y todo eso no pasó, porque me lo imaginé. En realidad sólo hubo cierta incomodidad entre los dos, pues ninguno sabía a qué esquina de la habitación mirar para poder evitar la presencia del otro. Él había vuelto a ese aburrido ensimismamiento y yo seguía queriendo llamar su atención.
***
Volvimos al apartamento, pero todas las cosas que Alessandro D’Angelo había comprado se habían quedado en la tienda, puesto que las enviarían al día siguiente.
Para mí era sumamente complicado estarme tranquila.
—¿Para qué es la ropa? —pregunté.
—No deberías hacer tantas preguntas —fue su respuesta.
Alcé mi barbilla bien digna y me planté frente a él. Fruncí aún más mis cejas en una expresión imparable de seguridad total.
—Pues, quizás a ti te molestan las preguntas, pero eso, realmente, no es mi problema —le espeté, con la altivez y el regio carácter que mi madre me había heredado—. Sé que soy hermosa y tú también lo sabes, así cómo también tú y yo sabemos que a cualquier persona de fetiches sexuales retorcidos le gustaría tener a una chica encerrada en su apartamento ataviada de ropa lujosa. Creo que lo mínimo que me merezco en esta circunstancia, son respuestas o, de lo contrario, tu integridad de caballero se verá comprometida. Seguramente habrás escuchado muchos rumores y crees que va a ser súper fácil acostarte conmigo ¿Verdad? ¡Pues no! Y no sé quién te crees que soy, pero yo soy Eleanor Corona y soy una dama —Terminé mi discurso, subrayando esa última palabra, con mi dedo índice acusándolo, acelerada y enrojecida por lo apasionadas de mis palabras al salir de mi boca.
Él entornó sus ojos hacia mí, la misma expresión que ponía en la universidad cuando resolvía los laberintos en la parte de atrás de los juguitos para niños, concentrado. Su entrecejo, siempre fruncido, esta vez se relajó y adquirió un aire puro a confusión e intriga mientras nuestras miradas se enfrentaban.
Me pareció sumamente descarado de su parte mirarme de esa forma que casi me hizo sentirme abochornada.
Entonces, alzó una ceja con arrogancia.
—Odiaría que su majestad Eleanor Corona dudara de mi integridad de caballero. Sin embargo, lo que tú pienses de mí, tampoco es mi problema. Si quieres pensar que tengo fetiches sexuales retorcidos, adelante, no veo cómo eso me afecta en lo más mínimo. Sin embargo, yo siempre pensaré lo mejor de ti y tu integridad de dama nunca se verá comprometida de mi parte.
A cada palabra que soltó, sentí que me dejaba más y más clavada en el suelo, sin poderme mover.
Me dirigió una última mirada antes de pasar junto a mí y dirigirse hacia las habitaciones. Cuando estuvo a punto de alcanzar la escalera, lo detuve:
—Espera —le dije.
Él se volvió a mirarme. Me sentí nerviosa e inquieta, porque no quería que se fuera. Quería respuestas.
—Si estás enojado, deberías quedarte, gritarme, insultarme o decirme en qué me equivoco. Prefiero eso y no que me ignores.
Al fin y al cabo, las flores se marchitan cuando no les das atención.
Me miró. Pensé que me diría que él no estaba ahí para cumplir mis caprichos. Pero, en cambio, se quedó, aceptando mi solicitud. Jamás hubiese esperado que me tuviera tanta paciencia.
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D'ANGELO ©
RandomEl apellido D'Angelo guarda muchos secretos. El apellido D'Angelo está manchado de sangre. El apellido D'Angelo no es precisamente el de un ángel. Tal vez lo eras, pero ahora eres un ángel caído, esclavo de un apellido, lo arrastras detrás de ti...