15 - C R I M I N A L

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Al salir del ascensor, la multitud en la planta baja estaba vuelta loca, corriendo de un lado a otro por los disparos que se oían en el último piso.

Eso nos hizo más fácil escapar, cuando los hombres de Silvestri y Barone bajaron corriendo por las escaleras.

La multitud me empujaba tan fuerte, que en un parpadeo D'Angelo desapareció de mi vista. Empecé a mirar a todos lados, pero dónde veía eran más y más personas corriendo despavoridas como animales enloquecidos. Empecé a marearme, ya no podía ver la salida, tampoco a los hombres que nos perseguían, sentía que me faltaba el oxígeno por la multitud que me apretaba cada vez más, los gritos me ensordecían y en mi pecho se creó una horrible desesperación por salir de ahí. Dejé de dirigirme a ninguna parte, dejé que me arrastraran a donde les viniera en gana.

Hasta que una mano férrea asió mi muñeca. Supe que no era D'Angelo porque su tacto nunca me lastimaba. Tiraron de mí y alcé la mirada al mismo tiempo que un hombre desconocido alzaba una pistola para pegarme con la culata. No reaccioné, sólo esperé el duro golpe.

Tiraron de mí hacia atrás, D'Angelo apareció de la nada y le atestó un puñetazo que lo hizo caer al suelo. Las personas pasaron por encima de él, pisando su pecho, su cara, sin importarles nada, como una manada de búfalos. Observé la escena, en shock, hasta que D'Angelo tomó mi muñeca y me llevó con él.

Su porte de guerrero Espartano le permitía pasar entre la multitud sin dificultad. Su cuerpo creaba una especie de sendero para mí y fué mucho más fácil salir de ese infierno.

Bajamos al estacionamiento del sótano por una rampa y mis tacones produjeron eco en el espacio amplio de concreto gris. Mientras nos acercábamos a una camioneta, supe que algo extraño sucedía. No había nadie, ni personas corriendo, ni personas gritando. Estábamos completamente solos. Era una trampa.

Al final de la hilera de coches estacionados, se encendieron los faros de un auto negro.

D'Angelo asió mi muñeca con fuerza y me entregó las llaves de la camioneta.

-Ve al coche Corona, escóndete en el asiento trasero y no salgas de allí.

Quedé congelada, apenas y pude entender sus palabras.

El automóvil negro quedó frente a frente a nosotros, alumbrándonos con la luz cegadora de sus faros.

-Ve -ordenó, soltándome.

Corrí hacia la camioneta, pero no podía abandonarlo, tuve que mirar hacia atrás.

El motor del automóvil había empezado a rugir, como un toro relinchando, listo para embestir. Nubes de humo y polvo lo envolvían, mientras sus llantas aceleraban aún sin soltar el freno.

Iban a matar a D'Angelo.

Mi cuerpo no reaccionó, no pude moverme, no pude subir a la camioneta, no pude correr a ayudarlo, no pude hacer nada.

D'Angelo se quitó el abrigo con lentitud y lo dejó caer al suelo detrás de él. No huyó, no corrió, no fue a esconderse, separó los pies planteándose firme frente a ella.

La camioneta arrancó, con todos sus caballos de fuerza, al mismo tiempo que él sacaba su arma del cinto y apuntaba.

Lo ví claramente, iban a colisionar.

Se oyó un disparo.

Caí al suelo.

Un estruendo hizo temblar el piso.

Ni siquiera pude gritar.

Con mi cuerpo temblando y mi pecho doliendo, escruté la nube de polvo con desesperación, intentando ver algo.

D'ANGELO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora