20 - P A R T E II

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Quise hacerle un montón de preguntas a D’Angelo, pero ni siquiera supe cómo formular la primera. Tal vez fue por eso que ni siquiera noté que Cassandra y Fabrizio no estaban en la fiesta.

—Con permiso.

Bajé de la tarima y me abrí paso entre la gente. Todos me observaban, pero una de las ventajas de caer mal a todos es que no tienes que esforzarte en caerles bien, así que ni siquiera cruzó por mi mente el forzar una falsa sonrisa.

Pasé junto a tres señoras que parecían hermanas. La principal y más notoria diferencia entre ellas eran sus narices. La más alta la tenía larguísima, en una perfecta y estricta línea recta. La hermana del medio la tenía tan delgada y diminuta que parecía Voldemort. Y la hermana menor la tenía tan curvada hacia arriba que parecía un puerquito. El surco nasolabial de las tres se estiraba de la misma forma, en una interminable mueca de disgusto, finalizando en una boca pequeña de labios inexistentes, secos y pálidos, fruncidos con desprecio. Ni siquiera trataron de bajar la voz cuando pasé junto a ellas, cotilleaban diciendo que D’Angelo era demasiado joven para casarse, que estaba cometiendo la peor locura de su vida, que yo era una cazafortunas que se divorciaría rápido para quitarle la mitad de su dinero y que además tenía vestido de ramera.

Me dirigí a la parte trasera del salón y salí por las puertas francesas que daban hacia el jardín.

Me alejé hasta que el murmullo de la fiesta se hizo más y más bajo, y fue reemplazado por el sonido del agua de una solitaria fuente. Me senté justo en el borde. El agua brillaba y se bañaba del color plateado de la luna. La tomé entre mis manos y me eché un poco en la cara pues el maquillaje comenzaba a sentirse como una máscara pegajosa y me sentía mareada.

Respiré hondo y observé mi reflejo distorsionado por las ondas del agua. Empecé a limpiar el rimel de mis mejillas y a despegar una pestaña postiza tratando de no quedarme sin párpado. Entonces me incliné un poco más sobre el agua, pues no sabía si era por el alcohol o qué, pero en el reflejo del agua pude ver una sombra negra justo detrás de mí.

Me incliné un poco más, entonces ví que la sombra tenía un par de ojos y justo cuando me di cuenta de que me miraban.

Y sí, mi cara de horror fue inevitable.

Y sí, grité como una poseída.

Y sí, me caí a la fuente.

Sucedió en cuestión de segundos. Sentí la superficie del agua chocar con mi piel y contuve la respiración justo antes de que el agua tapara mis oídos y mis fosas nasales. Mis manos tocaron el fondo y me incorporé, sacando la cabeza del agua. Tomé una fuerte bocanada de aire, apartando el cabello empapado de mi rostro con las manos, justo para ver a D’Angelo doblándose en dos con su risa extraña, muy sexy y varonil.

—¡Ya basta! —exclamé, pero eso no lo detuvo—No te quedes ahí, ayúdame ¡Mi vestido!

Mis chillidos sólo sirvieron para duplicar sus carcajadas. Yo tenía ganitas de llorar y arrojarle algo al mismo tiempo.

Salí de la fuente gruñendo y los chorros de agua que escurrían de mi ropa crearon un océano a mi alrededor.

—Alessandro, hace frío —me quejé.

Él estaba de espaldas a mí, todavía riendo. Se volteó hacia mí al oír mi queja y de pronto dejó de reír abruptamente. Su mirada bajó mucho más de lo debido, se sonrojó con violencia y abrió la boca para decir algo que nunca sabré qué fue.

Seguí su mirada hacia el escote de mi vestido, que se había bajado por un lado y ahora la puntita rosada de mi virginal pecho era completamente visible.

D'ANGELO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora