El cuerpo inerte del líder de los dúnedain se desplomó en el suelo. Provocó un golpe seco que retumbó en la mente de Anatar, una y otra vez.
Ni siquiera el grito de batalla de su padre pudo sacarla de su estupor. Lo oía caer constantemente en su cabeza, y todo en su visión se apagó, pudiendo únicamente enfocarse en el rostro de Arathorn. Desfigurado en una imagen aberrante, la flecha clavada en su globo ocular dejando fluir extraños líquidos de su interior. No fue extraño que experimentara unas irremediables ganas de vomitar, o de echar a correr muy lejos de allí. Mas no se movió, ni aun cuando el atronador galope de unos caballos se escucharon a su izquierda.
Su padre combatía con fervor, con el ácido sentimiento de la venganza bombeando su sangre y guiando el movimiento de su espada, en el momento en el que una flecha silbó en el aire rozando su cabeza. Sin embargo, esta quedó clavada perfectamente entre los ojos del orco al que intentaba dar muerte. Y después de esta le siguió otra, y otra más, hasta que no quedó más alma en pie que la de padre e hija.
Unas voces se abrieron camino entre las llamas y la ceniza, siendo dulces y tan melodiosas como el canto de las aves con el que Anatar solía deleitarse cada atardecer. Pero no era ningún idioma que la pequeña hubiera escuchado antes, era tan cautivante que fue lo único capaz de hacerla apartar los ojos de la sangre de Arathorn. Dos largas cabelleras negras se deslizaban con elegancia por el campo esparcido de muerte, rodeando los cadáveres y esquivando por reflejo todo aquello que pudiera manchar sus impolutas capas.
— Hay que poner rumbo a Rivendel. —uno de ellos colocó su mano sobre el hombro de Alaran, con las rodillas pegadas a tierra y sus manos sosteniendo el cuerpo de su amigo, este no reaccionó.
— ¿Papá? —sollozó Anatar atrayendo la mirada de los dos salvadores, sin embargo no la de su familiar.
— Este sitio no es seguro. —sus cejas negras se arrugaron escudriñando los hogares en llamas— Aún escucho el latir de sus corazones. —giró sobre sí mismo elevando su capa azul por el movimiento— Volverán, hay que partir con padre, Elrohir.
Anatar dio un par de pasos tambaleantes. Su padre no había mediado palabra alguna aún, ni comprobado con su mirada si su hija estaba a salvo tras él. Estaba perdido en su mente, como si sus creencias acabaran de ser derrumbadas. Entonces Anatar cayó al suelo amortiguando el dolor con sus manos. Las costillas le oprimían los pulmones tras el empuje de aquel orco y, con aversión, contempló como una herida abierta en su pierna le estaba impidiendo ir hacia los brazos de su padre.
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EL AMANECER DEL SOL ROJO ⎯⎯ ᴀʀᴀɢᴏʀɴ
Fanfiction𝗮𝗿𝗮𝗴𝗼𝗿𝗻 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 Con su pueblo en declive, los dúnedain se alzan bajo las tierras sureñas, colindantes a la hermosa ciudad élfica de Rivendel. Anatar, humana, dúnedain y montaraz del norte. En su historia se alzan reyes, enemigos...