Capítulo 13

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— Yo tuve una hija... —murmuró con la mirada perdida— Sí, hace tiempo... hace mucho tiempo. —regresó a su sitio, como si nada hubiera ocurrido realmente.

Anatar supo que no la reconocía, que ni siquiera se recordaba a sí mismo. La desilusión le invadió el alma, no era así como había soñado su reencuentro. 

— Padre... —su voz se vio opacada por el bullicio de los piratas en cubierta. Él no la miró, y Anatar fue capaz de arrastrarse un poco más, raspando sus rodillas en el proceso— Padre, soy yo. —su expresión vacía no cambió, como si no la oyera, y antes de perder la esperanza le insistió una última vez:— S-Soy Anatar.

Tembló al ver el ceño de su padre fruncirse, como si luchara por recuperar memorias enterradas.  Vio duda en él, una confusión que le llenaba el corazón de lástima y, cuando creyó que la miraría, la puerta de la bodega se abrió captando la atención de todos. 

Los arrastraron sin cuidado al exterior, donde la luz del Sol les golpeó en el rostro. Quedaron cegados por unos instantes, pues la oscuridad del barco les había acompañado por semanas. Anatar se dio cuenta, al observar su alrededor, que el puerto en el que se habían detenido no era uno cualquiera. Jamás había visto tantos navíos, ni murallas negras tan altas, capaces de encerrar todo una docena de muelles y hogares. Era el puerto de Umbar, ciudad donde la moneda de cambio eran los esclavos.

El capitán Shamir descendió la pasarela con templanza, su tez era oscura, y tatuajes de antiguas batallas asomaban de entre su ropa ceñida. Observó a los esclavos, uno a uno, calculado en su mente cuantas monedas de plata le proporcionarían. Nadie se movió un ápice, sin embargo, cuando cruzó frente a su padre, este se vio súbitamente atraído por el colgante dúnedain. La emoción de Anatar creció, pensando que podría estar reconociéndolo. Le vio dar un titubeante paso hacia el frente, atrayendo la furiosa mirada del capitán. Los puños de Anatar se cerraron de golpe, conociendo bien lo que estaba por venir, pues en sus carnes lo había vivido los primeros meses, donde su cabezonería era superior a su instinto de supervivencia. Ceder sobre el poder de otro le había sido casi imposible, cuando lo único que había conocido en su vida era la libertad. El capitán acercó la mano a la espada curva en su cintura, extrañado porque el esclavo no regresara a su lugar, sino que se viera abstraído de la realidad misma, ido como un fantasma.  

EL AMANECER DEL SOL ROJO ⎯⎯  ᴀʀᴀɢᴏʀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora