Capítulo 9

452 57 14
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una década se había colado entre sus dedos con demasiada facilidad, las pesadillas se mantenían atormentándola por las noches, mas, cuando el alba arribaba bajo la aldea élfica, en la ladera de un monte a leguas de Rivendel, su corazón se apaciguaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una década se había colado entre sus dedos con demasiada facilidad, las pesadillas se mantenían atormentándola por las noches, mas, cuando el alba arribaba bajo la aldea élfica, en la ladera de un monte a leguas de Rivendel, su corazón se apaciguaba. 

Elrond había acertado con sus pensamientos, pues lo que Anatar requería no podía hallarse en su reino, ni mucho menos cerca de todo aquel que pudiera recordarle cuánto había perdido en escaso tiempo.  

— Mae govannen. —saludó en perfecto élfico.

Suil, Anatar. —le respondió el hombre de puntiagudas orejas, y su brillante toga celeste que arrastraba consigo, meció el campo de flores a sus pies.

Anatar lo observó en silencio tomar de la tierra los cultivos que llevaban todo un verano creciendo junto al río. Recordaba bien la primera vez que saboreó aquellos frutos, años atrás, bajo el mismo árbol que le estaba entregando sombra.

Agitó sus recuerdos con un vaivén de cabeza que balanceó su larguísima cabellera rojiza. Con una expresión endurecida, regresó su atención al arco entre sus manos. Varias flechas volaron cortando el aire con precisión, cruzando hasta la lejana diana al otro lado del riachuelo.

— Habéis mejorado. —el cumplido del elfo le llenó el pecho de orgullo— Ya nada le resta a Elrohir por enseñaros.

— Quizás debería ilustrarme en el arte de la paciencia, ¿cuánto hace que no viene a visitarnos? ¿Cuatro, cinco meses?

— Me temo que debe estar demasiado ocupado instruyendo a Estel. 

Anatar apartó rápidamente la mirada ante la mención de aquel nombre.

— ¿Ha tomado el coraje al fin de empuñar un arma? —sus ojos recorrieron nerviosamente la pradera, luchando por no recordar su rostro o su voz.

— Eso he oído.

La mente de Anatar divagó finalmente sin control, entre antaños recuerdos y promesas rotas.

"Como futuro capitán de los montaraces, será para mí un honor acompañarte en tales travesías."

EL AMANECER DEL SOL ROJO ⎯⎯  ᴀʀᴀɢᴏʀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora