Con sus pies chapoteando en el río Bruinen, Anatar curioseó sobre su hombro, encontrando como a su espalda Aragorn comenzaba a vislumbrarse entre los verdes árboles.
— Un troll posee mayor velocidad que tú. —dijo con desgana, salpicando con sus pies desnudos sus propias piernas cubiertas por la seda de su vestido. El muchacho no tardó en llegar a su encuentro, fatigado y dejándose caer instantáneamente a su lado.
— No fue una carrera justa. —jadeó reposando su cabeza en el hombro de ella.
Anatar lo miró de soslayo con cierto rubor en sus mejillas. Unos rebeldes mechones castaños cosquilleaban los ojos cerrados de Aragorn, provocando que arrugara su nariz con ternura. El chico tenía la piel tostada por el Sol, y unos labios delgados y rosados que se curvaron regalándole a Anatar una hermosa sonrisa, que sin percatarse, le causó un revoloteo en el estómago.
— Jamás esperes una actitud honorable de tu enemigo. —recitó la pelirroja con orgullo, ocultando en lo más profundo de su mente, ese sentimiento desconocido que empezó a brotar de ella.
— Es tu padre el dueño de esas palabras ¿no es cierto? —con la respiración algo más acompasada, Aragorn mantenía sus ojos cerrados respirando el dulce aroma que desprendía la cabellera rubí de su amiga.
— Ajá. —asintió con tal fervor a su pregunta, que provocó que la cabeza de él cayera lejos de su hombro.
Aragorn se vio obligado a erguirse, creando un puchero en sus labios que no alcanzó a ser visto por ella, pues Anatar mantenía la vista fija en el continuo movimiento del agua, en como esta rodeaba las rocas, como acariciaba la orilla y rozaba sus pequeños pies. Era tan satisfactorio para ella encontrarse en armonía con un lugar tan bello. No pudo impedir el suspiro de felicidad que escapó de su boca.
Por otra parte, Aragorn no encontraba la misma emoción en su entorno, mas si que lo hacía en ella. Sus ingenuos y enamoradizos orbes azules no hallaba mayor belleza que la que tenía a su lado. Siguió con sus ojos el perfil de la pelirroja, su nariz respingona y las diminutas motas oscuras que rociaban sus blancas mejillas. Ella sonreía sin mostrar sus dientes, pues pocas veces hacía tal acción. Era común en Anatar otro tipo de sonrisa, una que Aragorn conocía bien. Era la curvada comisura de su labio, dominante, rebelde y soberbia, la que le sacaba siempre de sus casillas, a su vez que le arrastraba a una vasta cantidad de sentimientos que no reconocía a tan corta edad.
— ¿En que piensas? —cuestionó sin girarse a observar al muchacho, que perdido en su cabeza, embelesado en su rostro, se tambaleó ante tan inesperada pregunta.
Sus pies, cubiertos por unos oscuros zapatos de tela, terminaron hundiéndose en el río tras el sobresalto. Por poco termina cayendo él también de no ser por el firme agarre de la pelirroja sobre su hombro, retornándolo a tierra firme sin dificultad.
— Ahhh... —Aragorn abrió y cerró su boca repetidas veces, boqueando como un tonto.
Finalmente Anatar encontró tan extraño su comportamiento que se volvió para observarlo.
ESTÁS LEYENDO
EL AMANECER DEL SOL ROJO ⎯⎯ ᴀʀᴀɢᴏʀɴ
Fanfiction𝗮𝗿𝗮𝗴𝗼𝗿𝗻 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 Con su pueblo en declive, los dúnedain se alzan bajo las tierras sureñas, colindantes a la hermosa ciudad élfica de Rivendel. Anatar, humana, dúnedain y montaraz del norte. En su historia se alzan reyes, enemigos...