Capítulo 1 - Frío

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Ella se levantó de la cama para sentarse sobre el lado derecho

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Ella se levantó de la cama para sentarse sobre el lado derecho. En ese momento me quedé contemplando las líneas de su espalda, comenzó a vestirse y yo seguía allí, viendo cada detalle de su figura, sus lunares al costado y su larga cabellera dorada que brillaba con el sol que entraba tenue por la ventana de la habitación. Podría haberme quedado por horas encontrando el lado poético de su existencia en la palidez y la suavidad de su piel, su belleza iba más allá de su juventud, ella tenía encanto y sensibilidad. Se puso el brassier y giró su cabeza hacia mí con una sonrisa muy tierna, como si aquella noche hubiese sido una aventura de rebeldía en su vida tan correcta, acto seguido me preguntó si quería una taza de café, pero mi negativa encontró su argumento en las agujas del reloj las cuales marcaban que iba a llegar tarde una vez más, como me es característico, a mi trabajo.

Fui a la ducha, y en unos cuantos minutos ya estaba abrochando mi camisa mientras acomodaba mi cabello y mi barba. Mirándome al espejo me preguntaba si iba a suceder lo mismo de siempre y me sonreí con la complicidad de conocerme, en mi mente me dije lo de costumbre. "Cuando algo ya no es un desafío pierde la gracia. ¿verdad Roma?"

Salimos juntos del viejo edificio situado en la hermosa capital de Siena, la tan encantadora señorita me abrazó muy fuerte y la despedí con un beso, tomamos rumbos diferentes ya que ella debía tomar clases en la universidad la cual quedaba unos diez minutos al sur de mi departamento, y mi trabajo estaba tres calles al noroeste siguiendo la via Dei Rossi, la misma que al este desemboca en la icónica Basílica di San Francesco. Tomé rumbo a mi trabajo caminando en aquella fresca mañana primaveral de marzo, me puse los auriculares para escuchar un poco de blues, ya que de esa manera estimulaba en demasía mi creatividad.

Llegué a la imponente fachada de el periódico donde trabajaba desde los últimos 3 años, el reconocido Stampa Indipendente. A pesar de graduarme en literatura y filosofía lo mejor que pude encontrar fue ser jefe de prensa en el apartado político del diario, algo muy lejano a la idea de ser un poeta que pudiera trascender como Lorenzo de Médici o Angelo Ambrogini en el estilo renacentista. Así es, a los 30 años seguía siendo mi gran sueño, aunque en el trabajo solamente solía redactar sobre la revolución de izquierda de Cortés y los cambios ideológicos que estaba atravesando el país en la actualidad. En los momentos libres solía escribir ensayos filosóficos y poesías líricas que compartía en un círculo de lectores donde impartía un modesto taller literario que tomaba parte en la Universitá di Siena, lugar donde conocí a Liz, la rubia con la que había pasado la noche anterior, así como a muchas jovencitas a las que les agradaba el estilo romántico/erótico de mis letras. Y aunque suene poco decoroso, quizás también debería decir que sacaba provecho de aquellos gustos artísticos, para que de esa manera ellas se vean convertidas en mis musas, mis amores de paso, mis amantes, la tinta de pluma, la calma esporádica de mi lujuriosa sed y el relleno de algún hueco tan existencial como estúpidamente romántico. Llamado de esa manera en las extensas charlas con mi ego.

Mi rutina no tenía nada para destacar, trabajaba de 6:00 a 14:00 hs en el periódico y concurría al círculo de lectores dos veces a la semana de 18:00 a 20:00 hs, en ese sentido la vida me era un poco insustancial, pero no me molestaba, lo que en realidad era mi gran inquietud era ese vacío emocional que generaba contradicciones que solían ser parte colorida de mis escritos.

La Pasión de RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora