Capítulo 7 - Días Grises

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Mis inicios en Stampa Indipendente no fueron algo fácil, por mi postura crítica conjunta a mi personalidad algunas veces avasallante

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Mis inicios en Stampa Indipendente no fueron algo fácil, por mi postura crítica conjunta a mi personalidad algunas veces avasallante. Ambas características impulsadas por mi forma apasionada de trabajo, no me había permitido ganar muchos amigos, pero desde que comencé como un simple redactor, una de las pocas personas en las que pude confiar fue Sam, no porque me diera la razón siempre, sino que era ese tipo de personas que no maquillan las palabras si deben decirte algo de forma directa. Solía expresarse de forma cruda y objetiva, aunque sus formas pudieran ser algo bruscas, en realidad eso era lo que más me gustaba, porque de esa manera tenía la certeza de que si alguna crítica positiva venía de su parte no era por cortesía o simplemente para quedar bien conmigo, sino que sus reconocimientos era reales, al igual que cuando algo no le agradaba, lo decía sin rodeos.

Samuel Kavanagh, mi querido colega y amigo, tenía sólo 25 años; vivía en un departamento cercano a la casa de sus padres, en la zona norte de Siena, a dos calles del Museo Anatómico Leonetto Comparini. Era tan o más apasionado que yo en temas de trabajo, siempre detallista y predispuesto. Sus padres habían llegado a Italia desde la colorida ciudad irlandesa de Cork hacía ya algunas décadas en busca de nuevas oportunidades. Barry y Cyara, tuvieron dos niños en tierra italiana, Kyle y Samuel que era por 10 años el menor. A pesar de compartir muchas cosas con Sam, no sabía mucho acerca de su familia, sólo que sus padres eran médicos y que su hermano mayor había ingresado a la policía del estado, camino que también quiso seguir el menor de los Kavanagh, pero ante la negativa en el ingreso a las fuerzas terminó dedicando su labor investigativa al periodismo.

Unas nubes grises cubrían el cielo aquella tarde para darle contexto a las lágrimas de los familiares y allegados que se habían hecho presentes en la última despedida a Sam en el Camposanto della Misericordia situado al sur de la ciudad. Un intenso olor a humedad invadía el clima, quizás por las antiguas construcciones en donde se colocaban los féretros o tal vez porque la lluvia estaba pronta a caer, puede que ambas cosas eran ciertas. París tomaba mi mano mientras recostaba su cabeza en mi hombro, por mi parte más que triste estaba en estado de shock, y a la vez sentía una profunda preocupación. Sam se había acercado demasiado a una de las mayores organizaciones criminales de todo el país. Fernandes era un narcotraficante de origen portugués, y a pesar de ser el autor de un sinfín de delitos podía andar libre, dado que muchas personas que se animaban a brindar datos acerca de él terminaban mal. Generosas sumas de dinero mantenían el juego de la corrupción y a primera vista por parte de la investigación de Sam, también podía formar parte del financiamiento político. De pronto estábamos involucrados de forma indirecta ya que la policía iba a investigar todo el caso, entonces iban a salir a la luz las guardias nocturnas de Sam, las fotos, sus apuntes y sus llamadas cruzadas a mi móvil, incluso esa misma noche de su muerte; no temía por mi vida, temía por París, que sin darse cuenta no sólo tenía sosteniendo mi mano con la suya, con tan sólo mirarla a los ojos ella sostenía mi esperanza, ella para mí era libertad, era la definición de tantas cosas que nunca había encontrado en el transcurso de la vida.

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