Capítulo 3 - Sensaciones

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Hacían aproximadamente 18 grados celsius, corría una brisa muy agradable que traía consigo un perfume intenso de azaleas característico de la época en Siena

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Hacían aproximadamente 18 grados celsius, corría una brisa muy agradable que traía consigo un perfume intenso de azaleas característico de la época en Siena.

El aroma me trajo recuerdos de la infancia jugando en los campos junto a la familia, casi podía saborear el queso pecorino en pan toscano que me preparaba la nonna cuando era pequeño. Hasta me nace una sonrisa recordarla tan feliz cantando "il cuore è uno zingaro" mientras cocinaba su exquisito farfalle al pesto, ella amaba a Nicola di Bari, decía que siempre sería su gran amor, era fantástico escucharla entonar sus canciones con su contagiosa sonrisa y sus ojos brillantes.

Miré la pantalla de mi móvil revisando la hora por vigésima vez, habían pasado 22 minutos desde que el reloj del ayuntamiento marcó las 5 en punto y París no aparecía por ningún lugar. Debo confesar que estaba bastante ansioso, era algo diferente ya que mi seguridad siempre me había permitido mostrarme demasiado confiado en cada paso que daba, pero esta mujer tenía algo que lograba sacarme un poco de eje, incluso al hablarle me sentí inhibido, espero que no se haya dado cuenta de eso, un hombre inseguro no es para nada atractivo.

Las nubes blancas como algodones corrían con más prisa de lo normal aquella tarde, o quizás era mi percepción. Entre la lista de defectos que tengo se encuentra la macrofobia, que es el miedo a las largas esperas, ya me habían comenzado a sudar las manos y le daba pequeños golpes con la punta de mi zapato a los adoquines que rodeaban la fuente Gaia. Había un par de turistas tomándose fotos, mucha gente pasaba caminando de un lado a otro, pero no había señales de ella, inhalé profundamente un poco de aire y volví a mirar el móvil. Tenía 7 mensajes de Liz sin responder, no la había llamado y ya se estaba comenzando a poner densa la cuestión, en realidad en ese punto, pasada ya media hora de las 5 todo me comenzaba a irritar, incluso la risa de la gente a mi alrededor.

Acomodé mis gafas de sol y di un paso al frente, volví a recorrer con la vista el panorama general con el último suspiro de esperanza y comencé a caminar al norte alejándome de la fuente sobre la calle Pietro. Al llegar a la esquina escucho su voz inconfundible.

— ¿Puedo hacerte compañía? —me dijo entre risas.

París apoyaba su espalda sobre la pared y me miraba fijo, tenía un brillo especial en sus ojos. Yo la veía la mujer más hermosa de toda Siena.

Llevaba puesto un minidress de seda blanco estampado con flores rojas, unos aretes de perlas muy discretos y tacones blancos que, a decir verdad, hicieron volar mi imaginación.

— ¿Me estuviste observando todo este tiempo? —pregunté sonriendo.

— Tal vez —fue su respuesta mientras escondía su risa detrás de su mano.

— ¿Te estás divirtiendo conmigo verdad? —comenté mientras me quitaba los lentes.

— Aún no cariño, ¿vamos a ese lugar? —su índice apuntaba a un bar que estaba al lado.

La Pasión de RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora