Capítulo 11 - Vacío

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El humo del cigarro se difuminaba en su ascenso, perdiéndose entre los bordes de las nubes de aquella noche, iluminadas por una luna impoluta que me hacía compañía

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El humo del cigarro se difuminaba en su ascenso, perdiéndose entre los bordes de las nubes de aquella noche, iluminadas por una luna impoluta que me hacía compañía. Había encontrado mi pequeño lugar de sosiego o martirio, dependiendo de la idea que suela apoderarse de mi mente en el momento preciso, en esa desolada terraza bajo el cielo de Marsella.

Después de todo, ¿qué es más poético que un alma aprisionada por la sensación de soledad?, es irónico, debería de sentirme libre; pero lo que hay dentro mío es lo más lejano a un sentimiento de libertad. Puede sonar bastante hipócrita hablar de sentimientos, cuando es todo lo que quiero apagar a cada momento, quizás para evitar buscar respuestas que sigan haciendo más intenso el sabor amargo de mi boca, y el fastidio en el cual se envuelve mi cabeza provocando que mis palabras no sean las más sensatas algunos días, haciendo blanco de ellas a personas que nada tienen que ver con el origen de mi rechazo ante cualquier tipo de interacción.

Han pasado ya casi seis malditos meses de mi partida de Siena, y poco a poco he ido atando los cabos sueltos, soltando información de a migajas para evitar involucrar a nadie más en aquella historia de película, que ahora queda tan lejos en tiempo y espacio. Kyle de alguna manera había apoyado mi acción y prometió cubrirme ante algún eventual rumor en memoria al buen concepto que su hermano tenía acerca de mí. En el periódico los directivos no tomaron de buena manera la falsa excusa de que me habían propuesto un trabajo mejor en otro lugar dejando todo de manera tan repentina, pero al menos los compañeros a través de Nina me desearon lo mejor. Cabe destacar que ella también me ayudó a contactar a Luca, un colega escritor que me iba a cubrir en el taller. Todo había quedado más o menos acomodado, y al cambiar de número la única persona con la cual aún tenía contacto era Liz, ya que fue la única que me apoyó hasta cuando no debía hacerlo, esa mujer tenía nobleza en demasía.

Borré todo de mi móvil, incluyendo las fotos en las que aparecía París, y eso significaba que ya no quedaba ninguna mía con esa sonrisa tan especial que me solía provocar ella. Anoté los números en una pequeña libreta por si llegase a necesitar de algo y aunque lo intenté varias veces no pude evitar resguardar en ella, el contacto del motivo de mi angustia. Muy a mi pesar, aún mi corazón aún no le ha soltado la mano a la mujer que me dejó en la estación aquella noche, pero de forma forzosa debía terminar de cerrar ese capítulo.

Más de una noche marqué los diez dígitos que me permitirían contactarla en una llamada, pero no tuve el valor de poder escuchar su voz al otro lado de la línea, quizás temía lo que me provocase esa sensación entre amor, odio e impotencia. O tal vez sea una mezcla entre un falso discurso de dignidad para mis adentros y una cobardía latente que incluso no me permitía cortar los lazos mentales de aquel suceso. En ese momento, mi incursión mental se vio interrumpida:

—¿Otra vez aquí, Roma? —dijo Claude sin mucha sorpresa, mientras prendía la hilera de unas pequeñas luces que iluminaban la terraza de su casa.

—Me gusta el silencio, me permite enfocarme de mejor manera para escribir —repuse sin mucho convencimiento.

—No pretendo interrumpirte, amigo. Sólo quería avisarte que la cena está lista.

La Pasión de RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora