«algodón de azúcar y lágrimas de sangre»

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—Pobre Demian, debe estar devastado—habló el ojiazul, meneando la cabeza en desacuerdo. Caminaba a paso presuroso por los pasillos del hospital con su hermano a la izquierda.

—No me interesa saber nada de aquel chico, así que no intentes llenar mi cabeza de ideas absurdas sobre lo bueno que es—respondió tajante el rubio, sin siquiera obsequiarle una mirada de consuelo.

Ezra se sentía verdaderamente pesado. Solo había pasado un día desde que había estado con el rizado, y las desgracias ya habían tocado las puertas.

Supuso que tendría algo que ver, ¿por qué más ocurriría algo como aquello? April estaba internada, y no sabían si pasaría la noche. Tenía traumatismo torácico, cinco costillas rotas y una pierna fracturada; había sido un accidente fatal, y ella simplemente quería alejarse de la casa para no tener que lidear con la discusión que había tenido horas antes, más precisamente, con Demian

—Ezra—habló el ángel, después de un rato. Paró en seco, en un pasillo bien iluminado y aparentemente vacío—. Lo subestimas, demasiado. Te dejas llevar por su imágen de niño inocente, de... Humano normal. No lo es, no compliques las cosas buscando sentimientos donde no los hay—pidió, suavizando su voz. Tomó las manos de su hermano entre las suyas y acarició el dorso, intentando darle consuelo—. Llegó un mensaje, y no te lo iba a decir yo pero...

—¿Un mensaje?—preguntó con urgencia, sintiendo una punzada en el pecho. Eso no sería bueno, no podía serlo.

—Si. Del inframundo, escrito por el mismísimo Lúcifer—una sensación desagradable le recorrió la espina dorsal, pero intentó contenerse y asentir para que continuara—. Díganle al niño que deje de entrometerce donde no debe, o tomaré cartas en el asunto—citó, con el rostro sombrío e inexpresivo.

Ezra tragó grueso. Se había referido a él como niño, lo estaba amenazando, y la razón era simple: seguía relacionándose con Demian.

—Esto es grave, Ezra. Samuel quería hablar de esto contigo, cree que lo mejor es que te alejes definitivamente del chico, porque está claro que no comprendes la magnitud de todo esto...—en el fondo, Tristán lo entendía. Era como él, también sentía pena por los demás e intentaba ayudar a quienes lo necesitaban, sin importar quienes fueran, y era esa la razón por la cual había declinado la oferta de participar de aquella matanza al anticristo, simplemente no podría hacerlo.

—Pero ahora no estamos haciendo nada. Vinimos a ayudar a los enfermos y...

—Por mi parte al menos, será la última vez que te ayude—lo cortó, y endureció sus facciones rápidamente—. No quiero problemas con Samuel. Lo respeto demasiado como para actuar a sus espaldas, y mejor que nadie sabes que todo esto está mal.

—April dejará de sufrir. Él se llevará su vida, y nosotros la guiaremos a donde, Dios quiera, descansará en paz.

Intentaba no darle demasiadas vueltas al asunto, de verdad intentaba no hacerlo. Primero tuvieron que llevarse a May, y ahora a April. Demian quedaría solo, al antojo de quien intentaba manipularlo para que se corrompiera aún más.

—No será tan sencillo. Debe pasar primero por el purgatorio—explicó el rubio, apenado.

—¿Purgatorio? May no tuvo que hacerlo. No creo que esa pobre mujer haya hecho algo malo.

—Ocultó demasiadas cosas, lo sabes. Ella... Encubrió al muchacho, en robos y... Demás—la lista era larga y no le parecía oportuno hacer mención de cada acto malévolo que el ojiverde había cometido—. Pasará primero por allí, y creo que será lo mejor. Solo queda esperar.

Tristán se sentó en una de las frías y grises sillas, con las piernas cruzadas. El ojiazul solo pudo contemplar las pequeñas arrugas en su frente blanquecina y perfecta.

AntichristDonde viven las historias. Descúbrelo ahora