«oscuros deseos» (parte segunda)

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El demonio se encontraba en la cocina, bebiendo un vaso de agua. Hacía algunos minutos un mal augurio lo había despertado. Se sentía demasiado angustiado y triste, y desconocer la razón no le agradaba; así como tampoco alargar el brazo y encontrarse, o más bien no hacerlo, con Demian.

Eran a penas las siete de la mañana y fuera nevaba. El rizado nunca salía sin decirle al menos a donde iría, o cuándo volvería. Se encontraba demasiado preocupado, intranquilo.

Decidió que lo esperaría con café caliente y un pastel de chocolate, el que tanto le gustaba.

Mientras el agua se calentaba y rompía torpemente huevos en el recipiente de vidrio, oyó el murmullo de la puerta abrirse.

—¡¿Demian?!—chilló asustado. A pesar de saber que las almas en pena no pudieran acceder a la cabaña, podría tratarse de cualquier otro ente.

—¡Quisieras!—respondió la voz femenina. El castaño rodó los ojos y volvió a su tarea, intentando con un tenedor quitar los pequeños trocitos de cáscara que habían quedado.

La vio ingresar en la cocina con aires de suficiencia, en un grueso tapado de piel y con sus pies enfundados en unas hermosas botas negras. Gala llevaba el cabello recogido y los labios tintados de morado, mientras que sus fieles gafas oscuras cumplían su papel de cubrir aquellos ojos demoníacos.

—¿Qué estás haciendo?, ¿planeas incendiar la cabaña? No sabía que eras pirómano.

—Ja, ja. Que graciosa eres.

—Ya, en serio. Es demasiado temprano, y tú no eres muy madrugador que digamos. ¿Ocurrió algo?

El castaño la observó con molestia mientras pesaba el azúcar con lentitud.

—Tú deberías de saber qué sucede, ¿no? Después de todo tienes ese don.

—Mm, buen punto. Pero es espantoso llegar y decir "¡Ezra, porque estás tan malditamente histérico si mi hermano salió por un momento!"—exageró aquello, llevando las manos a su cabeza y el ojiazul no pudo evitar reír—. Si, yo tengo educación, no soy como Demian que lee tus pensamientos sin culpa alguna y luego te lo enrostra. Por cierto, odio que haga eso, deberías establecer limites con el, educarlo, no lo se...

—¿Lo odias aún cuando no lo hace contigo?—consultó contrariado.

—Pues si. Digo... Soy un demonio, pero respeto la privacidad de los demás, ¿sabes? Además, una vez me invocó un muchacho que era demasiado hormonal y todo el día pensaba en la manera de follar con su profesora de química, o algo así—le restó importancia y abriendo una de las sillas de madera se dejó caer en ella—. En esas cabezas, aunque sea tentador, prefiero no entrar.

El contrario hizo una mueca de entendimiento, aunque realmente no sabía a donde quería llegar con aquello.

—¿Te molesta si me quito esta mierda?—preguntó, señalando su rostro con las cejas alzadas—. En el interior hacen que me vea, aunque muy poco, ridícula—una negación por parte del ojiazul bastó para que se deshiciera de ellas, colocándolas en uno de sus bolsillos.

La relación que Ezra mantenía con Gala era una casi de hermandad. Resulta que, tras todo aquel sarcasmo y crueldad, había un alma que, por más negra que fuera, podía amar. Quizás no de la manera convencional, pero lo hacía. Y había resultado ser un buen hombro en el cuál llorar al discutir con el rizado, una consejera y amiga increíble.

Que el demonio fuera su madrina, hacía que el vínculo se intensificara. Le había prometido que siempre estaría para él, ocurriese lo que ocurriese. Y era algo que Ezra realmente deseaba que cumpliera.

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