Parte primera. «niño pequeño»

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El niño rubio se encontraba en el jardín de su casa, removiendo la tierra húmeda con una pala de juguete. La depositaba en un cubo azul, y reía al ver gusanos cortados por la mitad.

—Asquerosos—decretó con una sonrisa traviesa en sus labios, viéndolos removerse—. ¿Les duele?—preguntó, analizándolos con sus grandes ojos verdes.

Los gusanos simplemente se retorcieron frente a su mirar. El rió bajito y los lanzó nuevamente al suelo, levantándose para aplastarlos con su diminuto pie.

—Ahora ya no les duele. De nada.

Limpió la suciedad de sus manos en su jardinero azul oscuro, y una mueca de preocupación surcó su rostro al pensar que su nona April se enojaría con él por ello.

Miró a su alrededor, en busca de ella, pero no la encontró. Debía de estar en la cocina, preparando su pastel de cumpleaños.

—Cinco años, ¿eh?—preguntó una voz proveniente del manzano del jardín.

Inmediatamente el niño buscó al locutor, pero no pudo encontrarlo. Entornó los ojos y apretó las manos, meneando su cabeza y acercándose para buscarlo mejor. El sol sobre su cabeza era demasiado fuerte y hacía que su piel se sintiera más caliente que de costumbre, aunque el viento fuera demasiado frío.

—Aún te ves pequeño para tener cinco años—volvió a canturrear la voz.

—No—respondió al instante, rodeando a paso decidido el manzano. No sabía donde estaba aquel hombre, pero podía percibir un dulce aroma allí, y la copa del árbol era sacudida por la fuerte brisa—. Soy un niño grande, ¿ves?—señaló su cuerpo —. También tengo músculos, pero no te los mostraré.

—¿Por qué?—indagó la voz.

—Porque no puedo verte. Y la abuela dice que no debería de hablar con desconocidos.

—Oh, pero no soy un desconocido. Estoy aquí—una manzana cayó desde las alturas hasta los pies del niño y éste la miró con curiosidad.

—¿Eres feo y por eso no quieres que te vea?—cuestionó con su voz infantil, colocando ambas manos en su espalda y manteniendo la mirada en la manzana—. Prometo no burlarme de ti. Tengo muchos amigos feos y nunca digo nada sobre ello.

El sonido seco de algo cayendo frente a sí lo asustó, pero no se movió de su lugar y aún más decidido habló.

—Muéstrate ante mí.

—Eres valiente, y hablas como un niño grande—pronunció el castaño frente a sus ojos, sentado bajo la sombra del manzano, con la espalda pegada al tronco—. Pero no lo eres. Sigues siendo pequeño.

El niño frunció el entrecejo, haciendo una trompita con sus labios.

—Lo soy. Y tú eres feo—declaró, enfadado, cruzándose de brazos.

—Bien. Yo soy feo, y tu eres un niño pequeño y matón. Debería agregar mentiroso a mi lista, ¿no es así?—vió al pequeño abrir la boca para defenderse, pero con una sonrisa en los labios lo detuvo—. No está bien golpear a otros niños, ni cortar gusanos a la mitad, Demian. Tampoco está bien tomar las galletas de tu abuela y luego decir que se las robó tu primo. Esas son cosas de niños pequeños, y tú eres grande, ¿no?

Demian rió, mostrando sus pequeños y blanquecinos dientes.

—Eres divertido. ¿Como sabes todo eso? ¿Eres como el hombre de traje que me arropa por las noches?

Ezra negó, sintiéndose mal por primera vez en toda la mañana.

Él, que era un ser celestial y lo cuidaba, estaba siendo comparado con el diablo, que incluso le aconsejaba seguir haciendo maldades, que le había prometido visitarlo con mayor frecuencia cuando creciera.

—No soy como él—se limitó a responder y vió al pequeño tomar asiento a su lado, observando cada uno de sus rasgos.

La pequeña nariz de botón de Demian se encontraba roja por el frío, y el jardinero azul manchado le hacía gracia. Su corte taza había hecho que sus rizos desaparecieran por completo, pero debía admitir que lucia adorable. Sin embargo, la mancha negra en su orbe izquierda seguía allí, e incluso cubría la mitad de su iris.

—Perdón—dijo después de un largo silencio, juntando las manos sobre el regazo—. No eres feo. Tienes bonitos ojos—intentó halagar con una tímida sonrisa entre los labios.

—Está bien, te perdono.

Volvieron a quedar en silencio.

—¡Demi, cariño, hora de comer!—informó una voz femenina en el interior del hogar, y el pequeño abrió sus ojos como plato. Observó apenado al hombre a su lado, que le obsequió una sonrisa.

—Adiós—dijo él, poniéndose de pie, comenzando a sacudir su ropa para quitar la tierra de la misma.

—Adiós, niño pequeño.

Lo vió sacar la lengua en su dirección antes de entrar a la casa y permaneció un momento más allí, con los ojos cerrados.

Había discutido con Samuel por causa de aquella visita. Aunque le había prometido que no se revelaría ante los ojos del niño, no había cumplido con su palabra.

Era la primera vez que salía de las sombras para hablar con él.

Y de alguna forma, algo en él dolió al darse cuenta de que ya no era un pequeño niño.

Cada vez se comportaba peor, y las visitas de su padre eran constantes.

Solo necesitaba creer que podía hacer algo por el pequeño Demian antes de que su naturaleza se revelara ante sus ojos por completo.

Esperaba que no fuera demasiado tarde.

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