Demian caminaba por el bosque, en busca de un lugar despejado, esperando que la hora en la que tuviera frente a frente al ángel llegara de una vez por todas.
Oía, en el pueblo, el galope incesante del pútrido corcel blanco, y a su jinete riendo mientras con su látigo golpeaba las calles. Una nube gris se alzaba en el cielo, y eran las pestes que traía Ahazu para acabar con cada habitante de Greendale.
—Fiebre, erupciones, dificultades para respirar.
—¿Solo eso? Usted sabe que puedo hacer mucho más, señor—consultó el demonio, acomodando su capa, ocultando su rostro lleno de pústulas y sangre seca.
—Diarrea, pérdida de la movilidad. Quiero que enloquezcan, ¿bien? Que terminen sacándose los ojos los unos a los otros, o que su corazón simplemente se detenga—continuó el jóven, que se encontraba deslumbrado por la fealdad del animal; había oído demasiadas historias acerca de él, pero tenerlo cerca y ver su piel podrida era totalmente diferente—. Confío en tí, Ahazu. Haz que todo Greendale padezca bajo tus pestes.
El demonio asintió y se giró, parando en seco y volviendo su mirada oscura al menor.
—Señor... ¿puedo llevarme a un ser vivo conmigo?—el ojiverde alzó las cejas, sin comprender si su sacrificio había sido tan poca cosa—. No me malentienda, mi señor... El siervo que me entregó me servirá, pero quiero una mujer que me haga compañía...
La sonrisa de Demian desapareció por completo y en su lugar una mueca de molestia surcó su rostro.
—Llévate a quién quieras. Pero que no sea una niña. Cuando dices mujer... Tiene que ser una mujer, y debes de traerla ante mí antes de irte—comenzó a caminar, pero se dió cuenta de que había olvidado algo demasiado importante—. Ah, Ahazu... No toques las casas cuyas entradas están marcadas con sangre de cordero. Y por ninguna razón entres al bosque.
Dientes negros se dejaron ver bajo la oscura capa y un leve asentimiento por parte del demonio.
Cuando llegó a la parte más espesa del bosque, se sentó sobre un tronco hueco y observó el cielo, gris, con la luna tintada de carmín. Cerró los ojos, imaginando lo dulce que resultaría poseer de la manera en que él deseaba a su ángel, liberarlo de aquellos dogmas que para nada le servirían en el nuevo mundo.
Aunque, en el nuevo mundo, lo único que necesitaría Ezra sería a Demian.
—Estás cometiendo una equivocación y lo sabes—habló su padre a sus espaldas, pero él se limitó a echar la cabeza hacia atrás y relajar su cuerpo—. Él nunca querrá abandonarlos, mucho menos por ti. No después de lo que hiciste hoy...
—Padre, yo cumplo con mi parte, y tú con la tuya, ¿lo recuerdas?—se limitó a responder, quitándole importancia.
—¿Mi parte? ¿Cuál sería esa parte?—indagó, acercándose peligrosamente.
—No entrometerte en mis asuntos—una luz cegadora se hizo presente entre los grandes arboles frente a él y de inmediato el rizado se irguió, dirigiendo su mirada a aquel lugar—. Ahora que el momento llegó, quiero que me dejes.
Cuando se puso de pie corroboró que Lúcifer se hubiera marchado y acomodó la corbata. Y frente a él aparecieron tres seres celestiales, de vestimentas doradas y alas blancas y majestuosas. Cada uno era más hermoso que el anterior, y solo podía reconocer un aroma allí, pero no era el de Ezra. Frunció el entrecejo al verlos llegar donde él.
—Creí que eran listos, ¿saben? Pero creo que aún no adquirieron la capacidad de comprender un simple mensaje—se burló, desafiando al pelinegro que mantenía la mano en su cintura, preparado para desenvainar su espada—. Les dije que trajeran a Ezra.
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Antichrist
HorrorEzra y Demian. Uno, un ángel dispuesto a todo para enorgullecer a su creador; ¿el otro? El maldito anticristo, preparado para ver el mundo arder. Una profecía, dos bandos, el apocalipsis.