11. Avaricia.

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"Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas."

Mateo 6:24

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Cuando la noche esconde los pecados y la luna ilumina tenuemente las calles, los monstruos salen de su escondite, mientras la gente de bien juega a soñar encima de la más hermosa de las nubes. Ambos extremos, igual que el cielo y el infierno, conviven sin tan siquiera haberse cruzado una sola vez. La oscuridad baila entre luces de colores y mucho calor, mientras lo claro yace por encima de los ángeles y lo políticamente correcto. El problema llega cuando la línea que los separa empieza a desvanecerse, y hay quién es monstruo por la noche y persona por el día.

Cuando alguien juega en ambos bandos, empieza a jugar con fuego. Y ya conocéis el dicho, quien juega con fuego se acaba quemando... ¿no?

Nathan respira tranquilamente con una mano en su pecho y la otra aguantando su cabeza. Vaya, parece que ahora la misma pesa tres toneladas más. Se encuentra tumbado en la cama con los ojos cerrados. Ni siquiera mira el techo, porque realmente no hay nada que observar. Nada en ese lugar le interesa lo más mínimo.

La residencia para él es bastante aburrida. Si tuviera que elegir vivir en ese lugar o cualquier otro, probablemente nunca volvería a pisar la residencia. Lo único que le empuja a seguir tumbado en esa cama sin mirar especialmente nada, es el hecho de poder volver a sentir algo parecido a lo que experimentó de pequeño.

Siendo sinceros, nunca creyó que volvería a estar tan cerca de la felicidad.

Todos en esa residencia tienen problemas. Todos tienen un pasado, todos son huérfanos y todos viven desde que tienen uso de razón bajo el frío brazo de Simon Cowell. Él no. Nadie entiende porqué está exactamente en la residencia ni cómo ha conseguido entrar, pero lo ha conseguido y eso no puede ser más estupendo para él. No, no quiere vivir en la residencia. No, no quiere ser monaguillo. No, no quiere vivir en Doncaster y, por supuesto, no quiere aguantar a Cowell. Sin embargo, sus deseos están por encima de todo ello.

Bajo la mano de su pecho se encuentra una vieja foto que guarda desde hace más de diez años. Mucho más.

La verdad es que a día de hoy le cuesta recordar hace cuánto tiempo dejó de ser feliz. Parece un sentimiento exagerado, pues todo lo que vivió en aquella época lo vivió con tan solo nueve años pero, al final, todo lo que pasa durante nuestra infancia nos deja marcados y Nathan no es diferente.

La foto bajo su mano, cada vez está más caliente, ya sea por el calor que emana su cuerpo, o porque la calefacción en la residencia parece que aumenta cada tres minutos. Esta ya no se ve como el día en el que fue sacada. Los colores, desde hace unos cuantos años, se inclinan más hacia el amarillo que otra cosa y las caras son prácticamente irreconocibles después de que el pelirrojo doblara la fotografía una y otra vez, intentando esconderla.

Su compañero de habitación está a punto de salir de la ducha y él sabe que tiene que volver a guardar la foto donde nadie la pueda encontrar, pero siempre se da un par de minutos más pensando en cómo podrían haber sido las cosas si no le hubieran arrancado una parte de él cuando era pequeño.

El agua deja de correr y Nathan rápidamente vuelve a doblar la foto y la guarda donde siempre la lleva consigo: en su ropa interior. Al fin y al cabo, no hay ningún otro lugar donde Nathan pueda saber que, a ciencia cierta, esa foto no va a caer en las manos equivocadas. Si bien es cierto, Nathan tendría que morir para que alguien le pudiera arrebatar esa fotografía.

Church of burnt romances  †Larry Stylinson†Donde viven las historias. Descúbrelo ahora