El Baile de los Portales

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Entrapta estaba en su laboratorio corriendo videos en ocho holos diferentes. Su IA Darla estaba analizando todos los datos que pudiera recopilar de dichas grabaciones, propias de la transformación de Marceline y del ciclo de peleas del Club de Combate Mixto. Había encontrado que una alumna que no había notado se había transformado también. No tenía registros previos de ella y su hermana. Las hermanas Sato tenían el mismo tipo de energía espiritual, pero las lecturas de Adora llegaban a los límites de las gráficas que solía manejar.

Era muy interesante. Por un lado tenía a un grupo de peleadores físicos como Garnela y Korra, y por otro estaban las Sato con su despliegue de energía espiritual.

Había descargado los informes escolares de las hermanas, y grande fue su sorpresa cuando descubrió que Adora era adoptada, porque las lecturas de la huella espiritual de las dos eran casi idénticas, aunque el despliegue visual y físico de poder fuera muy diferente. Es decir, Adora con su increíble transformación que la ubicaba como muto y Asami con sus flamas espirituales y notoria capacidad regenerativa. Lo había atribuido a que eran hermanas, pues la huella espiritual podía rastrearse como el ADN, pero sino eran hermanas de sangre, las probabilidades de que dos personas con tantas similitudes se encontraran eran casi nulas. Era un dato que no podía dejar pasar, y se dispuso a investigar más a fondo, mientras Emily llegaba con una nueva bandeja de bocadillos pequeños.

Korra se despertó en la cama, sola por una vez. El cielo era claro y oscuro al mismo tiempo en su ventana, todavía era muy temprano. Se miró las manos. Sus garras habían roto la sabana. Tenía tanto tiempo que no cambiaba estando dormida. No es que a sus 17 años pudiera realmente comprender lo que era un largo tiempo, pero esto ya tenía cerca de tres años de no pasarle.

Normalmente durante el día tenía que concentrarse intensamente para sentir el punto en su mente que le dejaba cambiar de una forma a otra y solo técnicas de meditación la ayudaban a no perder el control durante el cambio, que podía redundar en alguien herido, sus padres tenían cicatrices tanto de sus garras como de sus colmillos, y Asami también las tendría de no ser porque contaba con su extraordinaria capacidad regenerativa. Sus cambios eran profundos y podía sentir los huesos creciendo y cambiando y los músculos resistiendo y adaptandose. Por la noche siempre era mucho más sencillo, apenas tenía que cerrar los ojos y concentrarse un poco. Y en las noches de luna llena era simplemente como respirar si así lo quería.

De hecho su primer cambio ocurrió efectivamente mientras estaba dormida, a los 8 años. Todavía había noches en que dormía con sus padres, y estaba mucho más tranquila con ellos. Despertó siendo una bola de pelaje azul, el mismo color de las orejas de Tonraq, que no era un muto, solo un Doobutsu. Entonces sus padres la habían llevado con el Loto Blanco, que la remitieron a los gurus y expertos de la Isla del Templo del Aire, además de hacerle las pruebas pertinentes, determinando que el cambio no era permanente, sino mutable.

Korra había empezado a practicar la respiración controlada y la visualización, los monjes eran muy hábiles en hacerlo ver como un juego, para prodigios como ella. No todos los que desarrollaban la capacidad de mutación eran capaces de ejecutarla en edades tan temprana. No al nivel completo que era la de Korra. Podía pasarse días o semanas enteros con solo el pelaje recubriéndola, o con la cola y las orejas. Ahí es donde había aprendido que le tocaran las orejas o la cola, era tan íntimo como si quisieran tocarle los senos, aunque no tuviera el mismo significado. Solo sus padres y Asami podían tocarlas, y ante la cuidadosa mirada de Asami, Adora también lo había hecho algunas veces. Era un tacto muy placentero, pero fácilmente la podían lastimar. Y era una clara diferencia entre los Doobutsu cánidos salvajes y los que eran claramente perros, quienes no sentían la misma intimidad hacia sus colas y orejas.

En su sueño, estaba tomando el sol, echada a los pies de Asami, mientras ella le acariciaba detrás de las orejas cuando tenían cerca de 10 años, Adora se veía jugando con una espada del otro lado del jardín en la Mansión Sato, porque le habían prohibido jugar con Asami. Asami se veía cansada y Korra gañía quedamente a su lado. Una lágrima solitaria rodó de sus ojos. Eso había quedado muy lejos en sus memorias. Ya no eran más esas niñas y no había vuelta atrás.

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