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Pasó un buen rato desde que Sukuna se adueñó de mi cuerpo controlándolo a su antojo. Todos los guardias ya estaban acabados, esparcidos por el suelo empapados de sangre.
El rey de las maldiciones observaba su obra maestra con gran satisfacción, era como quitarse, literalmente, un peso de encima, a lo que respecta que difícilmente, el padre de su recipiente y líder del Clan Zenin, consiga más soldados en tan poco tiempo, puesto que tendría que negociar con otros líderes e incluso gobernadores.
Su respiración era algo agitada por el esfuerzo, aunque fuera poco el que hiciera, gastaba mucha de su energía maldita.
Aguardó unos pocos segundos hasta que unas pocas maldiciones más pequeñas que él se acercaban a los cuerpos sin vida de los soldados para llevárselos a las profundidades del bosque. Suspiró mirando hacia el cielo dejando paso a que la chica retomase el control de su cuerpo, sin embargo, ella no lo hacía, se había quedado dormida, completamente absorta de sus sentidos, con lo que él se quedó extrañado.
Si hubiese sido otra persona quizás hasta le alegraría, pues habría arruinado la vida de alguien sin importancia alguna. Pero, cuando se trataba de ella, algo en él cambiaba por segundos su manera de ser, llegando hasta preocuparle.
—Oi, mocosa, ¿a qué esperas?, no tenemos todo el día –no obstante, ella no le hacía caso a su impaciencia. Sukuna chasqueó la lengua –. Maldita sea, ¿qué le ocurre ahora? –miró hacia abajo con la vista bloqueada por los pechos desarrollados. Entrecerró los ojos poco convencido –Escúchame bien puta mocosa, si no vienes enseguida, tocaré tu cuerpo todo lo que me venga en gana, ¿me has entendido?
Aquellas palabras hicieron despertar lo más profundo de mi ser consiguiendo volver a ser yo misma. Tragaba bocanadas de aire, puesto que parecía que me hubiera hundido en lo más profundo del océano. Mi cuerpo volvió a ser el de antes, observándome las manos detenidamente. La presencia del de cabello rosado justo detrás mía hizo que me sobresaltara, haciendo que soltase un leve quejido por el dolor de cabeza.
—Supongo que ya no estamos seguros aquí –espeté mirándole a los ojos seriamente –. ¿No hay otro lugar al que podamos ir? –negó con la cabeza aguardando sus brazos en sus mangas.
—Este es el único sitio en el que podremos estar bien, además –acercó su rostro al mío peligrosamente de manera que mis mejillas se tornaran de un rojo carmesí –, ¿no confías lo suficientemente en mí para saber que te puedo proteger de cualquier cosa? –su tono de voz había cambiado a una que hasta mis tímpanos retumbaron del placer auditivo que daba. Era como si me hubiera hipnotizado por completo para que le prestara atención –, ¿o es que tienes miedo de que te toque por las noches...?
—¡No! –negué rotundamente liberándome de aquel hechizo que me mantenía quieta en el sitio. Fruncí el ceño teniendo en cuenta el sonrojo en mis mejillas mientras que me mordía el labio inferior nerviosamente –Pero, lo decía más que nada por si algún día no podrías contra todos ellos –me abracé a mí misma –. Quiero decir, te agarren tan de sorpresa que no sabrías como reaccionar. –rió sarcásticamente.