𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 𝐼𝑉 - 𝐼𝑡 𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑑 𝑤𝑖𝑡ℎ 𝑎𝑛 𝑎𝑙𝑟𝑖𝑔ℎ𝑡 𝑠𝑐𝑒𝑛𝑒.

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"𝖨𝗇𝖼𝗂𝖾𝗋𝗍𝗈 𝖾𝗌 𝖾𝗅 𝗅𝗎𝗀𝖺𝗋 𝖾𝗇 𝖽𝗈𝗇𝖽𝖾 𝗅𝖺 𝗆𝗎𝖾𝗋𝗍𝖾 𝗍𝖾 𝖾𝗌𝗉𝖾𝗋𝖺; 𝖾𝗌𝗉𝖾́𝗋𝖺𝗅𝖺, 𝗉𝗎𝖾𝗌, 𝖾𝗇 𝗍𝗈𝖽𝗈 𝗅𝗎𝗀𝖺𝗋".
–𝖲𝖾́𝗇𝖾𝖼𝖺.


El ático de la cabaña contenía en sus paredes de madera un mar de risas y alaridos de dolor en igual medida. El origen era un par de lobos salvajes curando entre ellos sus heridas.

—Joder, ¡quédate quieto!

—¡Hazlo con más cuidado, coño! —chistó el sheriff.

Además del hombro, las leves quemaduras en su espalda escocían con el medicamento, peor todavía era usar una venda durante todo el día. Probablemente tardaría semanas en sanar.

—Es mi turno. Fuera camisa, crestitas.—Collins sonrió maliciosamente.

—Yo no le veo la gracia —dijo el otro entre molesto y resignado.

Horacio no estaba mejor que su cómplice.

De dos disparos en el abdomen, uno de ellos apenas rozó una zona vital del cuerpo. Podría decirse que esquivó a la muerte por muy poco.

Así, con nuevas curaciones protegiendo sus alas rotas, el ave del norte preguntó.

—¿Qué haremos ahora?

—Esperar. La reunión de facciones será en nada. —respondió tranquilo el federal, como si tuviera cada variable bajo su control.

—Habrá que llamar a Kovacs para saber lo que sucede. —insistió el otro.

—Eso no será necesario, podemos escucharla en vivo.

Horacio volvió la mirada hacia el desorden al fondo de la estancia en donde una maraña de cables que carecían de forma definida y un par de pantallas se cernían sobre un desgastado escritorio de metal.

—Tengo acceso a las cámaras de mi sede y más tarde Kovacs enlazará las del sur. —explicó con una sonrisa de suficiencia presente en los labios —Ahora mismo, el único punto ciego es la comisaría de Miller.

Los azulados orbes del sheriff se abrieron de par en par.

—¿Cómo cojones hiciste eso?

—Bueno, soy el director ¿no?

Entonces, a paso lento, aquel con el más alto cargo policial se arrastró hasta el escritorio y encendió el monstruoso invento que les otorgaría una clara ventaja en esta guerra de peones.

—¿Tienes todo muy bien planeado, o sólo me lo parece? —preguntó Collins, alcanzándole también para tomar sitio a su lado.

Una larga contraseña oculta con su rápido tecleo desbloqueó las pantallas y, de la nada, comenzaron a aparecer los diferentes escenarios de la sede federal en rectángulos miniatura, asombrando cada vez más al oficial del norte.

—Soy el puto mejor. —dijo entonces el federal, orgulloso de sí.

Su idea parecía funcionar perfectamente y sin contratiempos.

𝐷𝐼𝑆𝐸𝑁𝐶𝐻𝐴𝑁𝑇𝐸𝐷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora