Negras: reina x h5

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Al salir del ascensor y asomarse al portal, se encontró con la portera, que no ocultó su alegría al verlo.

—¡Seokjin, hijo!

—Hola, señora Lee.

—¿Cómo estás? ¡Tienes mucho mejor aspecto!

Mentía, pero no era una mujer chismosa. A lo sumo, como cualquier vecina de las que lo conocían de toda la vida. Pasó por su lado dispuesto a no darle conversación.

—Sí, estoy muy bien— afirmó él.

—¿De paseo?

—Es una linda tarde, ¿verdad?

—Muy linda, y todavía no hace nada de calor.

—Bueno, adiós.

Salió a la calle, sin detenerse. Sabía que sus padres estarían asomados al balcón, mirándolo, así que no se le ocurrió levantar la cabeza. Lo único que hizo fue llegar a la calzada y mirar a derecha e izquierda, por si veía un taxi.

Luego caminó hacia la izquierda, en dirección a la avenida.

A mitad de camino las vio.

Una era una mujer de mediana edad, obesa, mejor dicho, gorda, absoluta y rematadamente gorda, de las que medía el doble de ancho que de alto, con unos brazos rollizos, unas piernas enormes, un vientre abultado y dos gigantescos senos que semejaban globos de carne aposentados en él. La otra podía ser su hija, o una amiga, porque era más joven, mucho más joven, pero estaba igualmente gorda para sus años, con la diferencia de que, a causa de ellos, lucía un espléndido escote, sin complejos.

Lo más curioso era que iban por la calle comiéndose un fantástico helado.

Y riendo.

Reían sin parar, abriendo la boca, ofreciendo toda su abundante felicidad a los que, como él, las miraban por la calle.

Seokjin las vio pasar, alejarse, darle lametones al helado, reírse.

Felices.

Él, con sólo un par de kilos de más, había empezado sus regímenes a los trece años, y ése fue el comienzo, el detonante. Después, las frustraciones, la culpabilidad, el progresivo hundimiento de su ánimo, el hallazgo de los vómitos como remedio para su hambre, las ganas de morirse, el delicado equilibrio de todo un mundo que acabó convergiendo exclusivamente en sí mismo y en sus dos únicas acciones, comer y devolver, y así, el inexorable declinar hacia el abismo.

Apartó esos recuerdos de su mente. Y le dio la espalda a aquellas dos mujeres.

Ahora sólo contaba Jimin.

Tenía que verlo.

Saber.

Era como si el futuro se concentrara de pronto en ese punto inmediato, y en nada más.

Levantó una mano al ver el primer taxi con la luz verde iluminada en la capota.

—¡Taxi!

Y cuando se metió en él, casi sin darse cuenta, sí miró un instante a su casa, al balcón de su piso. Lo justo para ver a su padre y a su madre allí, quietos, observando sus movimientos con atención, como hacían a cada momento fingiendo no hacerlo desde que la crisis había sido ya tan irremediable que el desenlace parecía aterradoramente próximo.

Campos de fresas [Yoonmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora