Blancas: dama x d3

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Seokjin apareció en la puerta de la cocina con el sueño todavía pegado a sus párpados. Su madre lo contempló buscando, como cada mañana en los últimos días, la naturalidad en sus gestos y la indiferencia en su mirada. Pero también como cada mañana, le fue difícil hacerlo. Pese al pijama, que le quedaba enorme, la delgadez, de su hijo era tan manifiesta que seguía horrorizándola. Los brazos y las piernas eran simples huesos con apenas unos gramos de carne todavía luchando con firmeza por la supervivencia. Pero lo peor seguía siendo el rostro, flaco, lleno de ángulos debido a que en él no había ya más que piel.

A veces le costaba reconocerlo.

Había sido tan bonito.

Tan...

-Hola, mamá. Buenos días.

-Buenos días, cielo.

-He dormido doce horas, ¿no?

-Sí, está bien. ¿Cómo te encuentras?

-¡Oh!, estupendamente.

Le hizo la pregunta que tanto temía, pero que debía formular para dar apariencia de normalidad cotidiana. La pregunta que tres veces al día la llenaba de angustia. Y no porque él fuese a rechazarla.

-¿Quieres desayunar?

Se encontró con la mirada de su hijo.

-Unos cereales, con leche.

-¿Te los pongo yo?

-No, ya lo haré yo mismo, gracias. Voy a lavarme.

Lo vio salir y se apoyó en la mesa. A fin de cuentas lo importante ya no era sólo que comiera algo sin muestras de gula o ansiedad, sino que no lo vomitara después.

Ésa era la clave.

De algún lugar de sí misma buscó las fuerzas que le permitieran seguir. Ella también estaba como su hijo: en los huesos de su resistencia. Pero los médicos, los psiquiatras sobre todo, no dejaban de repetirle y recordarle que tenía que ser fuerte, muy fuerte.

Si ella flaqueaba, Seokjin estaría perdido.

De pronto recordó la llamada telefónica.

Pensó en no decirle nada, pero de cualquier forma él llamaría antes o después a sus amigos, así que...

-¡Seokjin!

Fue tras él. Ya estaba en el baño. Llamó a la puerta y entró casi a continuación. Su hijo se cubrió el cuerpo rápidamente con la toalla. Pero bastó una fracción de segundo para que ella pudiese verlo desnudo. Casi tuvo que abortar un grito de pánico y dolor.

Los prisioneros de los campos de exterminio nazi no tenían peor aspecto.

-¡Mamá!- gritó Seokjin.

-Lo... siento, hijo- trató de dominarse a duras penas. -Es que algo le ha pasado a Jimin y...

Seokjin se olvidó de la interrupción.

-¿Qué pasa? -se alarmó.

-Lo han llevado al hospital. Por lo visto se ha tomado algo esta noche, alguna clase de droga.

-¡Oh, no!- el rostro del muchacho se transformó. -¿Está bien?

-No lo sé. Han llamado muy de mañana, apenas había amanecido.

-¿Por qué no me despertaste?

-Vamos, hijo ¿qué querías que hiciese?

-Tengo que ir- dijo Seokjin.

-¿En tu estado?

-Mamá...

Salió del baño, envuelto en la toalla, y caminó en dirección a su celular. Marcó el número de la casa de Jimin y esperó unos segundos.

-No hay nadie- dijo finalmente.

Colgó.

Y en ese instante el timbre del aparato los sacó a los dos de su silencio.

Campos de fresas [Yoonmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora