CAPÍTULO 1

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CAPÍTULO 1

Las ruedas de la bicicleta patinaban por la lluvia que había caído durante la noche. Toda mi vida viviendo en esta ciudad y no terminaba de acostumbrarme al frío, la lluvia incesante y los débiles rayos de sol, cuando salía, que mejoraban el estado de ánimo aunque apenas calentaban. Sin embargo, adoraba Londres por encima de cualquier lugar.

Me dispuse a cruzar el puente que me llevaría de camino a la Universidad. ¡Guau! Mi primer día de clase y, por ahora, lo único que me preocupaba era no perderme y llegar a tiempo. Había elaborado un plano a conciencia estudiando cada calle y, de momento, todo iba sobre ruedas, nunca mejor dicho. Mamá me aconsejó que tomara el metro, pero insistí en ir en bici y estaba empezando a arrepentirme. Había olvidado el chubasquero en casa y ya se sabe que aquí es muy fácil que la lluvia sorprenda en cualquier momento.

Apenas eran las siete de la mañana y la calzada estaba muy transitada. Hora punta para entrar a trabajar, supuse. A decir verdad, no había demasiados viandantes, pero las bocas de metro eran un hervidero de gente entrando y saliendo. Era completamente de día y recé para que el sol me acompañara el resto del trayecto, a pesar de la fina lluvia que me estaba calando hasta los huesos. Mi primer día de clase no quería llegar hecha unos zorros. Y tuve suerte.

Como cada curso, los nervios del primer día me pasaban factura sufriendo insomnio desde hacía semanas. Y ahora, habían hecho que me desviara de la ruta trazada en un par de ocasiones. Faltaba algo más de media hora para que se iniciaran las clases y aún tenía un buen tramo por delante, así que decidí cargar con la bici y tomar el metro que me dejaría en la misma puerta. La intención había sido buena, pero hoy me encontraba algo distraída.

Te lo advertí, pero nunca me haces caso.

¿Hay alguna forma de acallar nuestra conciencia?

Pude acomodar la bicicleta junto a mi asiento, evitando molestar a los demás pasajeros. La temperatura allí dentro era perfecta y el silencio reinaba en el interior del vagón. Es curioso ver cómo cada uno elegimos nuestra forma de pasar el tiempo durante el trayecto: leyendo la prensa, mirando Internet, redes sociales, escuchando música e incluso durmiendo. Yo preferí pasar el rato observando a cada uno de ellos. Y tras unos minutos llegué a mi parada, tal y como anunció la locución femenina del metro. Cogí la bicicleta y aceleré el paso nada más abrirse las puerta. Subí las escaleras y me encontré de bruces con ella. Ahí estaba. Un enorme edificio de ladrillo rojo con aire solemne me miraba desde la distancia invitándome a acercarme. Los alumnos y profesores subían la escalinata que daba paso a la puerta principal. Otros se saludaban y algunos alumnos guía iban dando la bienvenida a los nuevos. Ese sería mi caso en cuanto pusiera un pie en la que sería mi nueva casa los próximos cuatro años que duraría la carrera de Psicología.

Miré el reloj y observé que aún contaba con unos minutos para tomar un tentempié. En casa no había tenido tiempo ni para un café. Pasé por la pastelería que está junto al Campus y que yo conocía bien. El abuelo solía llevarnos a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñas. A decir verdad, no hace tanto tiempo. Recuerdo que siempre pedía un tierno bollito relleno de chocolate y cubierto de nata fresca. Uno pequeñito para mi preciosa nieta, decía. Cuando era verano el chocolate se derretía mientras lamía la nata y llegaba a casa con una mancha en mi vestido y el brazo lleno de chocolate. Mamá siempre fingía estar muy enfadada porque no me duraba la ropa limpia, pero, aunque no lo admitiera, le encantaba que pasáramos tiempo junto a mi abuelo.

El rugido de mi tripa fue el que me sacó de tan dulces pensamientos.

-¡No te demores Aria! Ya te has levantado con la hora justa para vestirte, cepillarte el pelo y salir pedaleando con el bolso a medio colgar - me dije a mi misma.

Y no había sido por falta de tiempo, ya que me había despertado bien temprano dándole vueltas a la cabeza, pero no soy de las que se organizan bien y al final siempre llego tarde. Admiro a la gente que se levanta con tiempo de sobra para poder desayunar un delicioso café recién hecho y un croissant bien tierno. Leer la prensa e incluso escribir algunos mensajes mientras toma un sorbo de café. Algún día podría llegar a ser como ellos, pero me temo que aún queda mucho para eso. Mientras tanto, me conformo con mi delicioso bollo de chocolate, engullido, que no saboreado, pero preferible eso a oír los rugidos de mi tripa durante las clases. Y peor aún, hacer partícipes a los demás.

Pedaleé rápido mientras terminaba de tragarlo, busqué el parking de bicis donde acomodé la mía y comencé a subir las escaleras de acceso a la Universidad. En cada peldaño sentí como mi último año iba pasando por delante de mí en unos segundos. El mejor expediente, las mejores notas, la beca de estudios en la mejor Universidad del país, que además estaba en la misma ciudad donde resido... ufff , daba vértigo. Pero ahí estaba yo, a punto de subir el último escalón que me precipitaba a lo que tanto había deseado siempre. Mis amigos decían que analizaba demasiado a las personas, sus palabras, sus gestos, sus ausencias. Y ahora había llegado la hora de profesionalizar esa manera de ser tan particular. Estaba segura de que llegaría a ser una gran psicóloga e intentaría ayudar a todo el que me necesitara.

Crucé el hall y un joven pelirrojo con una credencial colgando de su cuello me dio la bienvenida, me preguntó el nombre y me hizo un pequeño tour por el edificio que resultó de gran utilidad. Finalmente, me indicó cómo llegar hasta mi clase.

- Que tengas un buen curso- añadió.

- Gracias. Igualmente- respondí. Aunque en realidad no sé si era estudiante, ayudante o becario, o qué se yo.

Al volver al claustro central, desde el que se accedía a todas partes del edificio, me dispuse a buscar alguna indicación que me condujera hasta mi aula, tal y como el chico acababa de indicarme. Había decenas de alumnos por los pasillos, charlando animadamente, abrazándose después de haberse vuelto a encontrar tras las vacaciones y otros tan perdidos como yo. Con ellos crucé alguna mirada solidaria, pero no me entretuve demasiado y seguí tratando de encontrar un cartel que indicara "Novatos". Algo tan fácil como eso sería de gran ayuda, y hacia él iríamos todo el redil. Pero no fue así. Definitivamente, estaba perdida. Una señora con cara rechoncha y voz potente gritó desde la escalera.

- Los de primer curso por aquí- anunció dándose la vuelta cuando aún no había terminado de pronunciar la última sílaba, mientras señalaba la escalera que tenía a su derecha. Y hacia allí nos dirigimos un numeroso grupo de estudiantes noveles. Me sentí aliviada.

Me gustó el bullicio, el murmullo que se escuchaba por los pasillos y el sonido de taquillas abriéndose y cerrándose. La alegría se podía palpar en el ambiente. Aunque yo no conocía a nadie, mi instinto me decía que tendría un buen grupo de compañeros antes de lo que hubiera podido imaginar.

Y, sin darme cuenta, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Sabía que hoy era el primer día de una de las etapas más importantes de la vida de cualquier estudiante, y yo estaba dispuesta a vivirla intensamente y a darlo todo de mí. Tuve la impresión de que sería un buen año y no me resultaría difícil obtener los mismos buenos resultados de siempre, haría nuevos amigos y, quien sabe, incluso podría llegar a enamorarme. 

***

Holaaa, bueno este es el primer capítulo de esta nueva historia que hasta ahora me está encantando y tengo muchísimas ideas en mente.

Tengo más capítulos escritos, pero hasta ahora quizás publique uno por semana (o dos, quien sabe)

Espero que quien haya leído este primer capítulo le haya gustado tanto como a mi, si sigues aquí y quieres leerte el segundo cap, gracias :)))

Daddy.

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora