CAPÍTULO 10

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No podía creerlo. Camino de comisaría en el coche patrulla, Robby, Tommy y yo, esposados como auténticos delincuentes.

Algo completamente innecesario.

Desde el asiento de atrás observé a los agentes, charlando de sus cosas mientras se escuchaba de fondo la radio del coche patrulla. Apenas nos prestaron atención a lo largo de todo el trayecto. Supongo que sabían que no éramos ningún peligro para la humanidad.

- Ya hemos llegado- dijo uno de ellos sin ni siquiera volver la cabeza hacia atrás. No hagáis tonterías y bajad del coche caminando uno tras otro- ordenó.

- ¡Pero no podemos! - protestó Robby.

- ¿Y se puede saber qué os lo impide? - preguntó el agente con sarcasmo y conociendo la respuesta sobradamente

- ¡Pues que estamos esposados! - se lamentó Tommy. Alguien tendrá que abrirnos la puerta- dijo con voz suplicante y sabiendo que no debía meterse en más líos.

Me contuve de no soltar una carcajada ante la imagen de pasividad de ambos policías y la exasperación de los gemelos . Uno de los agentes enarcó las cejas y suspiró mientras se encogía de hombros. El otro abrió una de las puertas para que saliéramos los tres y , a trompicones, fuimos arrastrándonos por el asiento tratando de ajustar el ritmo para no golpearnos en la cabeza, hasta lograr salir y poner los pies en el suelo como si, al fín, hubiéramos logrado una grandísima hazaña.

Nos llevaron a una pequeña comisaría de un distrito en el que no había estado antes. La zona parecía tranquila y el edificio se veía antiguo pero bien conservado. Nos condujeron a una salita en la que había algunas sillas desvencijadas. El policía que se encontraba en el mostrador de la entrada, levantó la barbilla y nos indicó que nos sentáramos. Después nos informaron que vendría alguien a tomarnos declaración, pedirnos nuestros datos y huellas dactilares. Y que colaboráramos sí o sí.

Segunda cosa innecesaria de la noche.

- Y no quiero problemas- añadió.

Estuvimos esperando durante algo más de una hora, hasta que llegó una agente. Albergamos la esperanza de que fuese algo más comprensiva, pero al igual que sus compañeros, se limitó a hacer su trabajo. Realizó las preguntas que aparecían en un formulario grisáceo y con letras borrosas de haber sido fotocopiado cientos de veces y fue tomando nota de todo cuanto le íbamos contando. Se ponía y quitaba las gafas continuamente, cada vez que escribía y cuando nos miraba, un juego repetitivo que se nos antojó gracioso y nos mantuvo hechizados durante unos minutos. Menuda situación surrealista estábamos viviendo esta noche.

- Esto... - empezó abriendo la carpeta - Tommy Méndez

Los gemelos se levantaron a la vez con una pícara sonrisa en el rostro. Se ve que el tiempo de espera en aquella aburrida sala les había despertado el ingenio. O más bien la estupidez. ¿A quién se le ocurriría burlarse de un policía?

Parece ser que a los Méndez.

- ¡Soy yo! - dijeron a la vez.

La mujer frunció la boca y paseó la mirada entre ellos varias veces.

- Tommy Méndez - repitió.

- ¡Soy yo! - repitieron los hermanos.

Esta me miró como si buscase algún tipo de respuesta, yo le devolví una media sonrisa mostrando mi incomprensión.

- No estoy para bromas - dijo casi sin inmutarse- Tommy Méndez, por última vez.

Ambos hermanos hicieron una mueca de aburrimiento y pusieron los ojos en blanco. Robby se sentó de nuevo, indignado, dejando en pie al verdadero Tommy.

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