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24 de noviembre de 2016

Estaba sobre las puntas de mis pies, esta vez sin las zapatillas de ballet porque estaba sosteniéndome del cuerpo de Dani. Tenía mis manos sobre sus ojos y veníamos caminando con cuidado desde que llegamos al hotel que había elegido para vacacionar en México. Algunas personas me miraron raro al llevar mis manos sobre los ojos de mi novia y guiarla hasta donde yo quisiera, pero no les hice caso y continué caminando a las risas con Dani.

Debíamos caminar bastante para llegar hasta nuestra habitación y aunque los pies ya me dolían, no me arrepentía de taparle los ojos durante todo el camino.

Tuvimos que atravesar un pequeño puente de madera que nos llevaba del hall del hotel hasta las habitaciones que estaban sobre el mar. Era de mañana y el sol nos pegaba directo a los cuerpos, la brisa nos movía nuestros vestidos y el olor a mar inundaba nuestras fosas nasales.

—¿Dónde estamos?— preguntó Dani con emoción.

—Shh… ya lo verás.

Pidiéndole que mantenga sus ojos cerrados sin hacer trampa, giré la llave de nuestra pequeña cabaña encima del mar y me encontré con un lugar espectacular. La cama era completamente blanca, contrastaba con todo lo demás que era de madera. Además, tenía un pequeño lugar apartado de la madera para hacer una fogata bajo las estrellas, era un lugar realmente acogedor.

—Abre tus ojos— le dije a Dani y vi como sus párpados se despegaron para dejar paso a sus hermosos ojos color avellana que brillaban al reflejar la luz del sol.

—Wow… esto es… increíble— expresó ella con una sonrisa mientras recorría el lugar con la mirada.

Pasamos la tarde en el mar, besándonos, tomando un poco de vino que encontramos en el pequeño refrigerador de la habitación, riéndonos y disfrutando la una de la otra.

—¿No te parece maravilloso que estemos aquí y que llevemos ocho meses de novias?— preguntó ella mientras miraba las estrellas y yo trataba de encender la fogata.

—Felices ocho meses— volví a decirle lo que le había dicho en la mañana mientras estábamos en el vuelo.

—¿Creíste que íbamos a durar tanto?

—Pensaba que te ibas a hartar de mi rutina…

—¿Tan descabellada y exigente que tienes?... me la he tenido que aguantar, sí— bromeó ella, haciéndome soltar una corta risa.

—No puedes quejarte de eso cuando luego dices que amas verme en las presentaciones— trate de hacerme la enojada, pero lo único que hice fue hacerla reír.

—No puedo quejarme cuando luego de una de esas presentaciones me llevaste a tu casa y… bueno tú sabes— carcajeo, sabía muy bien a lo que se refería—. A veces me sorprende toda la energía que tienes.

—Me gusta mantenerme en movimiento— dije cuando logré encender la llama.

—Y a mi me encanta que te mantengas en movimiento.

Una sonrisa pícara se dibujó en sus labios y no pude evitar contagiarme de esa sonrisa. Mi corazón palpitaba como queriendo salirse de mi pecho y,  aunque se debía a la picardía que Dani tenía a veces, también era por lo que sentía por la mujer que estaba debajo de mi cuerpo, buscando mis labios para besarlos hasta dejarlos hinchados. No pude evitarlo, levanté mi mano y la apoyé en su rostro. Su piel se veía tan suave y se sentía tan cálida debido a las llamas que estaban tan cerca de nosotras que no pude evitar pensar que íbamos a durar para toda la vida. Tenía miedo de decírselo, no quería asustarla, no estaba segura de cómo se sentía ella al respecto, no sabía si estábamos en el mismo escalón, pero, de repente, la imagen de mi madre me hizo querer lanzarme, me hizo darme cuenta que aunque tenemos toda la vida por delante, nunca sabemos cuánto tiempo significa ese "toda la vida".

InmóvilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora