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3 de octubre de 2023

Lo había intentado todo. Llevé a Poché de viaje a lugares que ella siempre había querido, le mostré fotos de mi vida desde que era un feto en la panza de Mafe hasta el día en que nos habíamos conocido en aquel bus (aunque no supimos de eso hasta que yo me di cuenta que Poché era la niña amargada que me había cruzado en aquel olvidable día).

Hice que nuestros amigos volvieran a vernos varios días al mes, ayudé a Poché a que audicionara para darle voz a un personaje de una película animada, lo logró. Fue parte de la película y la crítica la elogió. Sin embargo, ella pensó que solo lo hicieron por lástima. Las terapias y las visitas de Sara continuaron de forma regular. Y aunque Poché lo intentaba, su humor cambiaba drásticamente luego de todo lo que le recordaba su lesión.

Fui sincera y le conté sobre mis problemas de alcohol. Jason me derivó a uno de sus colegas. Mientras superaba aquella dependencia, seguía ensayando. Alex venía a verme seguido, nos traía comida de su restaurante. En varias ocasiones fuimos a comer a aquel lugar, era exquisito. Ella y Poché habían comenzado a ser buenas amigas, y eso me alegraba.

No tenía la certeza de que todo lo que estaba haciendo estaba convenciendo a Poché de que casarnos no significara perderla. Pero me gustaba hacer todas esas cosas por ella y disfrutarla por si su decisión la alejaba de mí.

Hoy era el día del estreno de la obra. Estaba nerviosa, pero feliz. Había esperado mucho más de un año para volver a estar sobre un escenario frente al público. Mientras me miraba al espejo, con todo el maquillaje y el vestuario listo, tuve ganas de llorar. Por suerte, esas lágrimas que se morían por salir de mis ojos eran de felicidad. Me sentía rebosante de alegría, tenía ganas de gritar, de sacar de mi cuerpo toda la felicidad que aquel momento significaba para mí.

Toda la adrenalina que tenía la volqué sobre el escenario, en mi personaje. Luego de reír, llorar, emocionarme, cantar, hablar con mi cuerpo, la lluvia de aplausos me abrazó. Saludé, junto a todo el elenco, a la enorme cantidad de personas que, en ese momento, estaban admirandonos. De todas maneras, yo solo podía ver a una persona. Poché, dentro del mar de personas paradas y aplaudiendo, sonreía y me miraba. Fue en ese momento en el que la emoción me acunó entre sus brazos. Me entregué al llanto con sentimiento. Había muchas cosas pasando esa noche para que yo pudiera contener mi sentir.

Mi camerino estaba lleno de flores, mamá, Poché, mis amigos e incluso papá me habían mandado todos aquellos ramos. No quise abrir la tarjeta que traían las flores de Germán, probablemente, no iba a decir algo que me haga sentir bien.

Sin quitarme el maquillaje y solo volviendo a vestir mi ropa, salí en busca de mi familia. Para mi mala suerte, a quien vi primero fue a Germán.

—Hola, ratona —dijo, con tranquilidad.

—¿Qué haces aquí? —Tenía ganas de compartir tiempo con gente que me quería y a quien yo quería, no con él.

—Vengo a saludarte por el show que diste, te confieso algo, me sorprendió lo bien que lo hiciste.

—No me interesa, Germán, has dejado de ser de mi interés hace mucho tiempo.

—Está bien, lo entiendo.

No tenía ganas de hablar con él, así que, dejándolo con ganas de seguir conversando me alejé de él, era lo mejor que podía hacer. Hace mucho tiempo había decidido dejar de verlo, la última vez me hizo mucho daño como para dejarlo entrar a mi vida así de fácil.

Cené tranquila con mis amigos, Poché y mamá. Me felicitaron, alegrandose de verdad por mí. Me sentí querida y sentí miedo de que todo se sintiera tan perfecto con respecto a los primeros meses después del accidente.

InmóvilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora