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Alex no quería hacer contacto visual con el detective, en realidad, aunque quisiera tampoco podía, le provocaba demasiado respeto, por no decir que la intimidaba. El silencio se mantenía mientras su ansiedad aumentaba. No pudo evitarlo, aunque no miraba a Henry Brown, le habló, fuerte y claro.

—¿Qué pasa?

—Pensé que no lo iba a preguntar —Alex se desinfló al escuchar aquellas palabras. Soltó una risa nerviosa tratando de ocultar el mal humor de que Henry fuera tan poco serio—. Vimos el video de la madrugada del cuatro de septiembre, resulta que alguien entró por las escaleras laterales y es un hombre.

—¿Un hombre?

—Exactamente, llevaba guantes y una máscara, no pudimos ver quien era, pero al llevar guantes tampoco podemos tener sus huellas.

Alex lo miró, esperando a que dijera en que desembocaba toda aquella explicación.

—Continúe —le pidió Alex, siguiendo con el juego que Henry había iniciado.

—Bien —dijo, entre risas—, primero quiero pedirle disculpas, la culpé sin tener las pruebas suficientes.

—No se preocupe, ¿hay algo en que pueda ayudarlo? —Alex ya podía mirarlo sin sentir que sus músculos se aflojaban, podía respirar tranquila porque sabía que se había liberado de culpas.

—Por supuesto, quiero saber si usted puede reconocer a esta persona.

Henry Brown giró su portátil, la pantalla tenía su brillo al máximo posible y se veía el edificio de Daniela y María José, no se alcanzaba a ver completo el piso donde ellas vivían, no había nadie más que una persona congelada, lista para moverse en cuanto Henry pulsara la barra espaciadora.

La noche era oscura, era difícil distinguir la silueta que estaba a punto de moverse, pero Alex se concentró, en cuanto las imágenes comenzaron a moverse, observó con toda la atención que su mente le permitía.

La calidad no era la mejor, parecía ser una cámara vieja la que estaba en ese café al que habían ido un día Daniela y ella, donde Daniela le contó que Poché quería morirse.

El solo hecho de darse cuenta de que el hombre que trepó aquella ventana era el asesino de María José la hizo temblar hasta la médula. Era una persona a la que ella conocía y a quien quería, tenía miedo de delatarlo, tenía miedo de lastimar a su familia.

—Entonces, ¿lo conoce? —preguntó Brown luego de que repitieran el video siete veces.

—Sí, lo conozco —dijo Alex.

—¿De qué lo conoce?

—Trabaja conmigo, en realidad, somos amigos hace mucho tiempo, pero también trabaja conmigo en el restaurante.

—Perfecto, ¿cuál es el restaurante? ¿Dónde queda?

—Platónico se llama, está entre la calle 47 y la 8, es una esquina.

Mientras asentía y parecía repetir el nombre y la dirección en su cabeza, salió de su oficina y gritó el nombre de Zubieta.

Daniela se paró de su asiento, tratando de hacerse notar, Henry la vio y la invitó a pasar.

—No dudes —dijo, cuando vio a Daniela titubear, reconociendo en su mirada el odio de encontrar al asesino de un ser querido—, ella no es.

—¿No? —preguntó, con una mezcla de alivio y cansancio, quería encontrar al asesino, saber con exactitud qué había pasado, pero no quería que fuera ella. Se alegraba de que siguiera siendo la bondadosa mujer a quien había conocido hace tantos años atrás, con quien había logrado sentir felicidad y paz.

InmóvilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora