Henry se había acostumbrado a visitar a Daniela cada día luego de que saliera de rehabilitación. Habían pasado dos años desde la muerte de Poché, no había dejado de llorar su partida, seguía extrañandola como el primer día, se lamentaba de no haberla tenido más tiempo, pero sabía que la había disfrutado, sabía que la había amado con cada partícula de su ser, la había hecho feliz.
La tristeza y la culpa poco a poco se iban haciendo más pequeñas, la ayuda de su familia y amigos la había ayudado. Valentina le había pedido perdón y poco a poco recuperaban su relación.
Daniela había dejado su departamento, se llevó los premios que Poché había ganado, se llevó zapatillas, tutús, pero había comenzado una nueva vida en Los Ángeles, donde Mafe le había comprado la casa. Le gustaba porque estaba cerca del mar y Ramón amaba el mar, además tenía de vecina a la hija de Henry, Nadia, quien visitaba casi todos los días a Daniela y comenzaba a ganarse su corazón, el cual seguía sanando a pasitos de tortuga, pero lo hacía, y Nadia era una buena compañía.
De todas formas, Daniela apartaba un día a la semana para viajar a Nueva York y visitar la tumba del amor de su vida. Se sentaba en el suelo frente a la lápida y hablaba. Hablaba como si Poché pudiera escucharla, hablaba como si Poché jamás se hubiera ido. Le hablaba aun y cuando las lágrimas querían quitarle la voz. Le contaba de sus logros, de su día a día. Luego de unos cuantos meses fue capaz de hablarle de Nadia.
—No soy igual a Poché, tú lo sabes bien, sé que no buscas a alguien para reemplazarla y que estás sanando, pero quiero que sepas que me encantas, que estoy aquí para esperar a que coincidamos en tiempo —le había confesado Nadia una noche en la terraza mirando las estrellas.
—Gracias —le dijo Daniela, apretando su mano.
Tenía miedo de que salir con alguien significara traicionar a Poché. Y a Daniela también le encantaba Nadia, pero aún seguía yendo todas las semanas a la tumba de Poché. Aún seguía llorándole, aún su duelo no había terminado.
—Ella quisiera que fueras feliz —le dijo Juan Carlos. Habían pasado tres años, pero Daniela seguía con miedo y Nadia ya no se paseaba tanto por su jardín—. Sé feliz, te lo mereces.
Ese día, luego de poco más de tres años, Daniela besó a alguien. Nadia le correspondió. Nadia la abrazo por la cintura y la apego a su cuerpo todo lo que más podía, había estado esperando por ese beso por más de un año y medio. Daniela disfrutó de ese beso. No era igual a los besos de Poché, no era peor, tampoco mejor, solo diferente, y se alegró de saber lo bien que se acordaba de Poché al mismo tiempo que podía permitirse sentir algo por alguien más, por alguien como Nadia.
—¿Estás segura? —preguntó Nadia con su respiración entrecortada. Cuando Daniela asintió, un segundo antes antes que Nadie volviera acercarse, la mujer de ojos claros sonrió con un brillo especial en su mirada.
Fue difícil para Nadia ver que Daniela conservaba tantas cosas de Poché, ver que, aunque no de forma semanal, Daniela visitaba seguido su tumba, fue difícil sentir que Dani nunca sería completamente feliz con ella como lo era con Poché o como le hubiera gustado serlo.
Lo intentaron, por más de un año intentaron que su relación funcionara, ambas querían ser felices la una con la otra. Daniela sabía que Nadia era perfecta para ella, pero terminó por aceptar que, en realidad, no estaba lista para seguir adelante, no podía tener una relación porque seguía pensando en Poché y en que se debía en cuerpo y alma a ella.
Nadia dejó de pasearse por su jardín.
Una noche escuchó ruidos en su patio y se levantó rápido esperando verla, se sorprendió por ese deseo, pero también porque era su padre quien estaba allí.
Bajo a ver qué quería, habían pasado cinco años, Daniela había superado todo lo que Germán le provocaba, era medianamente feliz con su vida, actuaba, vivía bien, tenía a Ramón, a sus amigos. Su padre era insignificante, pero no lo que tenía para decirle.
—Estuve averiguando qué había pasado aquella noche luego de que tú te alejaras de mí.
—¿Qué noche?
—La del accidente, tú estabas tan segura de lo que habías hecho que lo mejor que se me ocurrió fue ayudarte a que no terminaras presa, pero le pedí a un amigo que averiguara, me dio esto, te lo quise dar el día de tu vuelta a los teatros.
Germán le dio un DVD. Daniela odiaba los DVDs. Daniela lo vio antes de que su padre se fuera. Ella cruzó el semáforo en verde, ella había hecho lo correcto. Había sido el camión quien había cruzado en rojo.
—No sabemos quién fue, y yo no sé por qué tú estabas tan segura de lo que habías hecho.
Lo malo era que el video no era de aquella noche, aquello solo era una mentira de Germán. Él era un padre que quería que su hija se sintiera libre de culpas y pudiera vivir tranquila, pudiera volver a ser feliz. Podía ser algo cínico, pero era lo mejor que podía hacer por su hija, porque nadie podía volver en el tiempo. Nadie iba a cambiar el hecho de que Daniela sí había tenido la culpa, pero nadie iba a lograr que lo superara si no le mentía como Germán lo estaba haciendo.
Seis meses después, cuando Daniela logró acostumbrarse a esa mentira, cuando se liberó de la culpa, volvió a buscar a Nadia. Le dijo que no buscaba un reemplazo, que no iba a olvidar a Poché, que iba a seguir visitándola, que iba a conservar el DVD y algunas zapatillas, pero quería intentar algo nuevo, quería sentirse viva, quería mirar hacia adelante, que sabía que se lo merecía.
—No sé si pueda —le dijo Nadia, Daniela lo aceptó y se fue, debía volar a Nueva York para el estreno de un musical.
Daniela actuó, cantó y fue admirada por el público. Fue cuando la obra terminó, justo antes de que los telones se cerraran cuando vio a Nadia aplaudir mientras la miraba con una sonrisa.
Daniela se encontró con Nadia a la salida del teatro, en medio de las luces de Nueva York, en medio del ruido, del ajetreo, de la aceleración, encontró lentitud en la mirada de Nadia, encontró paz y se acercó a ella. Posó sus manos en sus mejillas y las acarició.
—Tal vez podamos volver a intentarlo —le dijo, Daniela sonrió y la besó.
Poché nunca se fue del corazón de Daniela, seguía viva ahí, pero Daniela también estaba viva, y Daniela vivía, sin olvidar a su gran amor, pero siendo amada y amando como todo el mundo merece. Sintiendo paz y viviendo el paso del tiempo con tranquilidad. Y confirmando que Nadia era la mejor compañera que podía elegir.
Fin
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Gracias por leer, espero que hayan disfrutado la historia
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Inmóvil
Fanfiction¿Qué pasa cuando el corazón funciona pero el cuerpo no? María José y Daniela son dos jóvenes que sueñan con cumplir sus objetivos y, cuando se mudan a New York, creen tener la vida perfecta. Son felices, tienen los trabajos de sus sueños y disfrutan...