La ostentación era firma distintiva del restaurante, uno de los más caros e icónicos del Distrito Diamond. El lugar donde celebrar la cita había sido elegido por el editor de Aurora, Arthur Miller. Hacía semanas que no se veían las caras. Ahora, a escasos metros de distancia, en una mesa junto al vasto ventanal de cristal y con una sonrisa de oreja a oreja, se enfrentaba a uno de los hombres más prestigiosos de la industria publicitaria. Encaminó el pasillo entre comensales fingiendo que se alegraba de verle. Aunque no deseara tenerlo como cita, le debía su vocación.
Cuando escribía su primer manuscrito ya tenía decidido quién sería el hombre que valoraría su capacidad para vivir de la escritura. Conocía la reputación de Arthur Miller de su trabajo en el periódico. En los anuncios de la sección de cultura, el nombre de aquel editor solía resaltar en negrita. Su magnífico trabajo le había otorgado el título de ser supremo; sus aportaciones en la edición de grandiosas obras de la literatura americana habían convertido a peones desahuciados en novelistas de éxito. Aurora deseaba la misma suerte para ella, aunque fuera necesario, como referían los escritores que colaboraban con el editor, <<sangre, sudor y lágrimas>>.
Recordaba el día en que puso un pie en el despacho de Arthur tras hacerse con una cita a última hora de la tarde. Antes de plantarse en la pomposa empresa de publicidad, preparó un monólogo que expulsar sin pensar cuando lo tuviera delante. Un monólogo que olvidó por completo cuando las puertas del despacho la encerraron con él. La magnánima presencia de Arthur Miller lo borró todo. En un instante, se enfrentó en blanco a la colosal figura editorial.
—Un bonito día que finalizar con una bonita mujer —fue como saludó a Aurora, ataviado con una cegadora sonrisa—. Siéntese, por favor.
Cumplió la orden influenciada por el acento arrebatador y eufórico de Arthur, capaz de mover masas. Mientras andaba torpemente hacia el gran escritorio, examinó a su contrincante. Las fotografías poco le hacían justicia. Aquel hombre de cincuenta años tenía el aspecto de ser todo un conquistador; porte cuadrado y elegante, traje italiano, boca ancha con una sonrisa indestructible y mirada profunda en unos ojos tan opacos como la noche. El cabello color ceniza repeinado y el puro entre los dedos era la imagen con que lo retrataban en la prensa y como la recibió a ella. En su trono de caoba, esperando a que su nueva clienta tomara sitio, se asemejaba a un cazador que no tenía que hacerle frente a una amenaza muy aversiva, nada más debía de aguardar a que se sentara en la trampa en forma de silla y la tendría entre sus zarpas.
Esa fue la impresión que despertó en Aurora. Pero justo antes de tomar asiento, Arthur salió de su escondite y le estrechó la mano. Aparentó actuar con naturalidad y dejó que las grandes manos del editor movieran la suya y la acompañaran a la silla.
—Si está aquí es porque quiere publicar una novela.
—Sí —intentó no mascullar.
—Y piensa que yo soy el adecuado para promocionarla.
—Sí.
—Y tiene toda la razón. Pero hay un problema. —Calló un momento, aumentando la tensión—. Su novela ha de gustarme antes, y soy muy exigente con lo que leo.
—Entiendo. —Aurora agachó la cabeza unos milímetros. Sentía cada palabra de Arthur como un puñetazo en el estómago, y ya llevaba dos en un ring desventajado.
—Le propongo un trato, señorita Toldman. Deje su novela aquí y yo le aseguro que la leeré. No me harán falta más de dos o tres días. En cuanto la acabe, contactaré con usted y le daré mi opinión.
El puñetazo esta vez no parecía tan fuerte, juzgó ingenua.
—Pero sepa que mi opinión es clara como el agua. Se la diré, aunque no la quiera aceptar. Y si yo no considero que su novela es buena, muchos de mi gremio tampoco lo harán.
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[7] Ellery Queen: Un delirio místico
FanficNueva York, finales de los 50. El descubrimiento de la cara oculta de Jeremy Anderson ha devastado a las gentes de Nueva York. Inmersos durante meses en el juicio contra el psicópata de ojos azules, la cuenta pendiente entre Ellery y Aurora ha queda...