—¿Adónde vas?
Al pasar junto al recibidor, Mike había reconocido la figura de Morgan. Parte del mobiliario del salón se había desvanecido. Varias maletas y algunas bolsas de mano abultadas descansaban en el sofá.
—Tú que crees. Cornet se ha quedado pequeño para mí.
—¿Y eso?
Se apoyó contra el marco de la puerta observando con grandilocuencia al hombre que decía ser su padre.
Odiaba a ese desgraciado. Nunca olvidaría la mierda de vida que le había dado. Había sido un renacuajo con muy mala leche, sí, pero eso no lo justificaba.
El estúpido nivel de excelencia que había querido imponerle desde el principio lo había llevado a resistir más de una paliza. Y sabía dónde golpear para infligir el máximo dolor con el mínimo de huellas visibles. Sylvia nunca se percató de la situación.
Sylvia. Esa ingenua mujer estaba cegada por el encanto de Morgan. Por el amor. Pero le trataba bien. Le cuidaba como si realmente fuera su hijo. Se llevó una gran sorpresa al enterarse de su marcha, sobre todo por la causa de la misma.
Supuestamente, por él.
Sylvia no era capaz de hacerle eso, de abandonarlo. Esa mujer era todo dulzura. Lo arropaba por las noches, le preparaba sus comidas preferidas y lo llevaba de excursión al monte los fines de semana. Entonces, ¿qué había cambiado?
Sospechaba que Morgan estaba detrás de su desaparición. Su rostro deprimido mutaba cuando echaba el telón frente a sus espectadores. Entonces, regresaba el hombre de siempre, poderoso, animal.
Aún recordaba la noche que se armó de valor y le preguntó por la huida de Sylvia. Morgan cerró los ojos pasivamente y con un manotazo que quitaba importancia al asunto le contestó:
—Sylvia no te soportaba, Mike. Y si quieres que eso no me ocurra a mí, será mejor que sigas obedeciéndome. No me apetece apretar otro cuello.
Fue la última vez que le preguntó sobre la huida de Sylvia. Con la partida de la única persona que lo trataba como a un ser humano, sintió que algo dentro de él pesaba más de la cuenta. La coraza se hizo más grande. Se había convertido en un chucho inmundo que debía obedecer si no quería recibir un severo castigo. No quería poner a prueba el nivel de tolerancia de Morgan. Temía que se dejara llevar.
La alucinación de Morgan flotando en la oscuridad del dormitorio hacía que elucubrara un sinfín de formas de terminar con su vida. Pero solo eran eso, imaginaciones. Estaba cansado de vivir ligado a un hombre al que deseaba ver muerto.
Su destino era triste y deprimente, siempre lo había sabido. Le habían enseñado que no era nadie. Su agresividad era todo lo que tenía. Un arma para dejar de ser la víctima. Dejar, por un momento, de ser invisible. Pero no era capaz de eliminar los momentos de bajón, aquellos en los que pensaba en poner fin a todo. Sentado en la tapa del váter, con la cuchilla que su padre utilizaba para rasurarse la barba, acariciaba las venas de su antebrazo.
—Hazlo, Mike... —se repetía a sí mismo—. Venga.
Con Morgan al cargo de su vida, la cuchilla avanzaba por su brazo con más vigor, sedienta de su sangre, de su dolor.
No entendía de dónde había sacado fuerzas para continuar, de resistir la lucha diaria en un hogar que le recordaba a sus inicios en el mundo, tan amargo como exánime. Creía que nunca podría odiar tanto a un hombre como a su padre, pero Morgan lo igualaba con creces.
Y en ese momento, en el salón, para asombro suyo, alguien ahí arriba había escuchado sus plegarias y se llevaba a Morgan.
—No tengo que darte explicaciones. Eres un hombre, puedes malgastar tu vida como tu padre, ya no tengo por qué enseñarte límites.
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[7] Ellery Queen: Un delirio místico
FanfictionNueva York, finales de los 50. El descubrimiento de la cara oculta de Jeremy Anderson ha devastado a las gentes de Nueva York. Inmersos durante meses en el juicio contra el psicópata de ojos azules, la cuenta pendiente entre Ellery y Aurora ha queda...