Capítulo 30. Dos contra uno

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—¿Vais a convertir esto en algo habitual?

Una bandeja con tres tazas de café decoraba la mesita de salón. El juez y el inspector Queen habían usurpado de buena mañana el piso de Aurora. Era de entender que su padre, haciendo uso de su labia, había convencido a Richard para que desplegara sus técnicas de persuasión y descubriera el motivo de su cambio de humor.

—No he visto persona que se queje más que tú frente a sus visitas —la increpó el juez.

—Tengo trabajo. Y no me esperaba que la visita fuera doble —comentó como si el inspector no estuviera presente.

—Quería comprobar con mis propios ojos lo que tu padre no ha parado de gritarme desde ayer.

—El qué.

—Que vuelves a relucir.

—¡Ah! —recondujo la mirada hacia Henry—. Papá, eres increíble.

—Si eso es positivo, a mucha honra.

—¡Pero qué ingenua te crees que soy! No te ofendas, Richard —puso una mano sobre el brazo del inspector—, me alegro de verte, pero que mi padre te utilice para que le cuente algo que ahora mismo no me apetece compartir es un tanto rastrero.

—¿Rastrero es preocuparme por el bienestar de mi hija?

—Rastrero es utilizar tus artimañas legales para convencer a tu amigo de que escondo algo. Y ese no es el caso. Estoy bien, muy bien, y por una vez es cierto. ¿Es que no es suficiente?

El arranque de emoción la levantó del sofá.

—Mirad, el nuevo libro que estoy desarrollando requiere horas de encierro, poco tiempo de sueño y mucho mucho aislamiento. Y lo deseo más que nunca. No quiero que os lo toméis a mal, pero no os puedo estar sirviendo café todos los días. Esto no es una cafetería. Abajo mismo tenéis una preciosa.

—Vuelves con las pilas cargadas —comentó Richard.

—Sí.

El rostro de Aurora externalizaba una tranquilidad convincente. La pareja de viejos amigos tomó aquella señal como mensaje de que debían entregar las armas y rendirse sin conocer la causa.

—¿Y de qué trata tu novela?

—Eso ya lo sabrás en unos meses. Los primeros capítulos ya están en el despacho de mi editor. En unas horas o a más tardar mañana recibiré su crítica. Pero vosotros habéis interrumpido el proceso creativo de los siguientes.

—Bueno, los escritores también descansan —terció Henry con los ojos en blanco.

—Sé de un joven que no sigue esa regla. —Richard, en una carcajada, nombraba indirectamente a su hijo.

—Ese chico está en mi lista negra, amigo. Lo siento por ti.

—No lo sientas, también está en la mía.

—No seáis malos con Ellery. Parecéis colegiales a los que les han robado el dinero del almuerzo.

—Esto va más allá de un simple robo, cariño. —Henry entrecerró unos ojos que desprendía furia—. Volvió a dejarte atrás, como si no significaras nada para él.

—Es más complicado de lo que piensas, papá.

—Richard —el juez desvió el encono hacia su amigo—, tu hijo por poco me provoca varios infartos.

—Tranquilo, a mí también —reafirmó—. Ese crío sabe cómo poner a uno al filo de las cuerdas.

—Sois muy infantil...

[7] Ellery Queen: Un delirio místicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora