Nia Relish
Después de llorar y desahogarme con Lucas me quedé dormida, fue un sueño profundo y placentero, ya que ni siquiera sentí cómo pasó la noche. Me desperté temprano o más bien, me despertaron, la doctora que estaba a cargo de mí le pidió a una de las enfermeras que me llevase el desayuno. Debo admitir que la comida de hospital no es para nada de mi agrado, mucho menos la gelatina de limón y al parecer es lo único que le dan a los que estamos aquí. Para poder comer me quitaron los cinturones que amarraban mis muñecas a los bordes de la camilla. Honestamente, con esas cosas puestas, parecía mujer metida en un psiquiátrico.
—¿Me volverá a amarrar como loca en un psiquiátrico?
—Claro que no, Nia. Es suficiente. En unas horas ya podrás irte a casa —contestó la amable enfermera.
—¿Sabe dónde está mi mamá?
—Fue a tu casa para traerte ropa limpia. Supongo que no tardará en volver —respondió mientras abría la puerta de la habitación para salir—. Sabes que puedes hablarme accionando el botón rojo que está a tu derecha, ¿verdad?
—Sí, gracias.
La enfermera salió de la habitación y a los dos segundos entró él. Inconscientemente sonreí al verlo, tenía hojas de papel de color blanco y alzó su mentón en forma de saludo. Me acomodé para poder estar en mejor posición y él tomó asiento en un sillón rojo. Acercó una mesita, acomodó las hojas de papel en ella y preguntó:
—¿No te gusta la gelatina de limón?
Bufé.
—Me recuerda a cuando estuve en rehabilitación. No fue muy bonito.
Ambos reímos.
Lucas estaba tan concentrado doblando una de las hojas que llevaba consigo, sacaba la lengua denotando concentración al hacer los dobleces en la hoja. Tenía curiosidad, entonces pregunté:
—¿Qué haces?
—Corazones de papel —Alzó la vista y me sonrió sin separar los labios—. Cuando mi madre estaba internada, el televisor de su habitación no servía, entonces recordé que le encantaba el origami, sobre todo hacer corazones. Saliendo de la escuela, le pedí a mi padre que me llevase de inmediato con ella porque tenía un paquete enorme de hojas de color. Se las mostré y prefirió tomar una hoja blanca. Yo le hice una flor y ella me hizo un corazón.
Mientras hablaba, con sus dedos remarcaba más los dobleces del origami que hacía.
—Nunca entendí por qué mi madre siempre hacía corazones de papel. Podía haber hecho algún animal, una flor o algo diferente, pero siempre hacía corazones. Dos semanas antes de que ella falleciera, le pregunté por qué lo hacía.
Guardó silencio por unos segundos, posteriormente alzó la mirada y sus ojos cafés me visualizaron. Se acercó lentamente y me mostró el corazón que ya había terminado de hacer.
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Corazones de papel [COMPLETA] ✓
Novela JuvenilEn Carolina del Sur todo es soleado y los vecinos son amigables, sin embargo, Nia siempre se ha visto atrapada en sus recuerdos dolorosos de la infancia con su padre que no le permiten avanzar y que suele olvidar abusando de sustancias tóxicas hasta...