En Carolina del Sur todo es soleado y los vecinos son amigables, sin embargo, Nia siempre se ha visto atrapada en sus recuerdos dolorosos de la infancia con su padre que no le permiten avanzar y que suele olvidar abusando de sustancias tóxicas hasta...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Nia Relish
Todos partimos en la camioneta de Evan. El camino duró dos horas enteras, dos horas que no fueron para nada aburridas, pero sí una tortura para mi pobre trasero. Ahora estoy más plana de lo que estaba antes. Lucas y yo le ayudamos a nuestros padres a bajar lo poco que empacamos para estos tres días en la cabaña. Alli nos dio un tour a Oliver y a mí por toda la cabaña. Debo admitir que es grande y su olor a humedad era bellísimo.
—Lamento el polvo, hacía mucho que no veníamos.
—No te preocupes, Evan. Es perfecta —contestó mi madre—. Con una trapeada queda como nueva.
—No, mamá. No creas que Nia y yo seremos tus cenicientas otra vez —bromeó Oliver.
Mi madre le dio un ligero codazo. Acto seguido, subimos al segundo piso y Alli me mostró cuál era su habitación y cuál la de Lucas. También dijo que había otras dos más al fondo y que ahí era donde nos quedaríamos mi hermano y yo. A los pocos minutos Alli y Oliver salieron de la cabaña para ir a jugar. Lucas y yo nos quedamos solos en su habitación. Me tomé la libertad de observarla detenidamente y admirar cada rincón y cosa que había dentro de ella. El cobertor de la cama era azul con una almohada blanca por encima, a un lado de ella había una mesita de noche la cual tenía una lámpara con cortes de dinosaurio en la tela. Giré mi cabeza a su dirección y enarqué una ceja esperando una respuesta.
—Es la única cosa de mi niñez que no vendí.
—Es tierna —dije y regresé mi vista a la lámpara.
Las paredes del cuarto eran de madera y en ellas, estaba colgado uno que otro poster de pinos con nieve por encima. Estaba tan concentrada admirando la hermosa habitación de Lucas hasta que el ruido de un objeto chocando contra el suelo sonó detrás de mí.
—Lo siento.
—No sabía que tocaras la guitarra.
—Soy una caja de sorpresas —bromeó alzando sus pobladas cejas y dibujando una sonrisa de triunfo.
—Lucas, Nia, ¿ya están listos? —interrumpió Evan.
—¿Para qué?
—Haremos un picnic cerca del lago que está detrás de la cabaña. Apresúrense, ya es tarde.
Ambos asentimos y seguimos a Evan. Al llegar, ayudé a mi madre a poner la cobija en el césped para poder sentarnos. Lucas y Evan colocaron unos cuantos sándwiches que él y su padre ya habían preparado mucho antes de llegar aquí. Alli y Oliver me llevaron al lago para mirar lo hermoso que era, y sí, era muy bello. Claro, hasta que vi a Lucas semidesnudo y listo para dar un clavado. El agua nos salpicó un poco y después Lucas salió del lago con una sonrisa enorme en su rostro. Me causó bastante risa ver sus boxers, los cuales tenían dinosaurios verdes grabados en él.
Hacía bastante tiempo que no me divertía de esta manera y me alegra estar aquí. Con él, con mi madre, con Oliver, con Alli y Evan.