Capítulo 36

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Nia Relish

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Nia Relish

Lucas Arnett era una persona llena de luz y felicidad. Cualquier lugar en el que estuviera siempre transmitía felicidad a pesar de que él mismo no la sintiera. Su luz se apagó poco a poco conforme pasaban los días, pero nadie se daba cuenta porque él mismo no quería que lo hicieran. Sufrió tanto en su ciudad natal respecto a lo que padecía que decidió que era una buena idea esconderlo en Carolina del Sur. Su hermana, Alli, y su padre, Evan, fueron sus compañeros de vida, fueron sus confidentes y las personas que más amo en todo momento. Erie y Oliver Relish convivieron tantas veces con él que los llegó a querer demasiado. A Erie la consideraba como su segunda madre y a Oliver su hermano perdido. Todos los que alguna vez interactuamos con Lucas estuvimos presentes en su funeral. Desde la persona más especial en su vida hasta la persona que llegó a ayudar una sola vez.

Fue un funeral digno de él. Digno de su persona.

Llamé a su amigo de Michigan y le avisé del lugar y la hora en el que sería el funeral. Oliver jamás dejó de abrazar a Alli mientras soltaba un mar de lágrimas. Mi madre no dejó de consolar a Evan hasta que se quedó sin lágrimas que derramar por un instante. Vanessa, Maya y los chicos me abrazaron fuerte y me impidieron arrojarme al interior de su tumba. Me dolía el alma. Lucas era mi mundo entero y al perderlo, sentí que perdí mi mundo y me quedé sin nada.

Lucas Arnett

14 de Febrero de 1997 - 08 de Junio de 2015

"La bondad que emitías será la huella que dejas en nosotros"

—Lucas erga de mis mejorges amigos. Nos conocimos en un campamento —dijo un muchacho rubio y alto a mi lado. Miraba la lápida de Lucas con nostalgia.

Lo miré por encima del hombro y él continuó.

Je suis Thomas Flaubert.

—¿Disculpa?

—Soy Thomas. Y tú debes serg Nia. Nia Grelish —Asentí—. Lucas me hablaba mucho de ti. Jamás lo había visto tan feliz. Sus ojos se iluminaban y hablaba con una felicidad tan enogme que no lo greconocía.

—A mí me hablaba de ti. Dijo que eres el único amigo que le quedaba de Michigan.

Sonrió sin separar sus labios, bajó la mirada y habló.

—Ahoga está en un lugag mejog. Está con su madgre, así que está de magavilla, je sais.

Lo seguí mirando con curiosidad y él se dio cuenta enseguida.

—Pegdón, suelo mezclar las dos lenguas. Una costumbge que tengo.

Sonreí amistosamente y él me contestó de la misma forma.

—No hay problema.

♥♥♥

Mi familia está con los Arnett acompañándolos en su terrible dolor. Yo también estaba con ellos, pero necesitaba darme un baño. Quería despejar mi mente y dejarla en blanco. Terminé de ducharme y me coloqué lo mismo que llevaba puesto hace un rato. Sequé mi cabello con la toalla que tenía en mano y tomé asiento en el borde de mi cama. Mis ojos voltearon a mi cobija y recordé el momento en el que él durmió conmigo. Acaricié la cobija con mi mano y la imagen de Lucas acostado en mi cama invadió mi cabeza por completo. Recordé cuando se quedó a dormir conmigo después de hacer el intento de querer acostarnos. Su rostro, sus ojos cafés, sus gruesos labios y sus pobladas cejas llegaron a mi mente. Y sus rizos, mierda, esos hermosos rizos castaños que eran tan rebeldes. Cómo extraño enredar mi dedo en alguno de ellos.

El enorme nudo en la garganta no me dejaba pasar saliva con facilidad y mis ojos estaban nublados por mis lágrimas. Aguantar mi dolor no me servirá de nada. Exploté. Exploté como una bomba nuclear llena de sentimientos rotos y el corazón en pedazos.

Tomé el gorro negro con sus iniciales grabadas que estaba colgado en un pequeño gancho y lo puse en mi cabeza. Me miré en el espejo y otras cuantas lágrimas se sumaron. Bajé mi cabeza y mis ojos visualizaron aquella cajita de regalo que Lucas me dio cuando regresó de Michigan.

«Cada vez que me extrañes, ábrelo» Esas fueron sus palabras aquel día.

No la había abierto desde esa vez. El regalo estaba intacto.

Agarré la cajita y quité la tapa lentamente con temor a ver lo que estaba en su interior. Era una llave dorada. Una llave chiquita la cual estaba unida a una cadena delgada que también era dorada. La alcé y la vi detenidamente. Debajo de ella había una carta escrita con el puño y letra de Lucas. Tuve mucho miedo de abrirla, pero por fin me decidí a hacerlo.

La leí.

Al terminar, salí descalza de mi hogar para ir a casa de Evan. Toqué la puerta, Evan abrió y le mostré la llave pequeña junto con la carta. Su rostro cambió e iba a decir algo, pero cerró pareció que el viento se llevó sus palabras. Estaba ansiosa y mis nervios estaban de punta.

—Ven.

Mi madre, Oliver y Alli estaban estaban en la sala de estar, así que me senté junto a ellos. Mis ojos estaban rojos e hinchados, así que mi mamá se preocupó. Evan regresó de la planta alta con una cajita azul con detalles dorados que parecían grietas. Evan colocó la cajita frente a mí para que pudiera verla detenidamente. Se trataba de una caja musical que tenía una ranura en la cual cabía a la perfección la llave que llevaba conmigo.

—Dijo que te gustaría.

La tomé con cuidado e introduje la llave en la ranura hasta que entró a la perfección. Le di vueltas unas cinco veces y cuando por fin la solté. La caja musical comenzó a reproducir la canción del lago de los cisnes. La tapa de la caja se alzaba lentamente y cuando por fin se alzó por completo, mi corazón se encogió al igual que el de todos los presentes. Una mujer de cabellera negra, tez pálida y complexión delgada se encontraba patinando por una pista de hielo con sus ojos cerrados como si estuviera disfrutando la música de la cajita. Había unas letras grabadas en manuscrito en la parte superior derecha de la caja.

Las letras escribían mi nombre completo: Nia Alexandra Relish.

Mientras la cajita musical sonaba, las palabras de la carta de Lucas invadieron mi mente.

Mientras la cajita musical sonaba, las palabras de la carta de Lucas invadieron mi mente

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