Capítulo 1

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Nia Relish

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Nia Relish

—¡Nia! Baja a desayunar, llegaremos tarde a tu cita.

Las cortinas de mi ventana se abrieron de par en par y una de las almohadas que se había caído al suelo durante la noche chocó contra mi cabeza, luego escuché una risa burlona bastante familiar fuera de mi habitación. No había mejor señal para saber que era necesario despertar que esa. Hoy es el último día de vacaciones de verano y mamá quería que fuera a conocer a mi nueva terapeuta, algo que a mí me parecía estúpido e innecesario. Ya era la tercera terapeuta que veía en este año, las últimas dos se rindieron conmigo. Siendo honesta no parecían terapeutas, sino más bien verdugos y estoy más que segura de que no les faltaban ganas de ponerme un cuchillo en el cuello para obligarme a contestar lo que ellas preguntaban.

—Ya voy, mamá.

Al bajar las escaleras me encontré a Oliver sentado en el suelo, abrochando sus tenis color azul marino y sonriendo maliciosamente. Puede que Oliver sea mi medio hermano, pero definitivamente no siento que sea así. Lo quiero muchísimo. Es más pequeño que yo por cinco años y siento que debo protegerlo de cualquier peligro, él es una persona con muy bonitos sentimientos y muy fácil de querer. Mamá siempre ha dicho que Oliver es muy afortunado de tenerme como hermana, pero estoy segura de que no pensó lo mismo cuando uno de los amigos de Oliver me encontró en medio de mi habitación sufriendo una convulsión por sobredosis.

Ya sé, eso no tiene nada de fortuna.

—Al fin te despertaste, perezosa —dijo Oliver al levantarse del suelo—. Tu desayuno ya está más que frío.

—¿Cómo dormiste? —preguntó mi madre en cuanto llegué a la cocina.

—Muy bien, casi no me desperté —contesté con una falsa sonrisa.

Mamá me miró mal y le indicó a Oliver que fuera a su habitación por su mochila para ir a jugar a casa de uno de sus amigos. Cuando se escuchó que Oliver cerró su puerta, mamá volvió su mirada a mí y recargó su puño en su cadera.

—Estuviste despierta casi toda la noche. No creas que no escuche cómo te quejabas. ¿Te tomaste las pastillas para dormir?

—Ya se acabó el frasco —respondí para después comer un bocado de mi desayuno.

—No puede ser, Nia. Las compré hace un mes.

—Pues todas las noches duermo mamá y todas las noches tengo pesadillas. ¿Qué quieres que haga?

Mi madre se quedó callada por unos minutos y soltó aire de sus pulmones.

—Cuando vayamos a tu cita, pasaremos a la farmacia por más, pero esta vez tú las pagarás.

—Mamá, acabo de regresar de rehabilitación y no quiero ver más psicólogos o terapeutas por un tiempo, ¿si? —Al terminar mi desayuno tomé mi sudadera morada para salir de casa y, como ya me lo esperaba, mi madre me siguió e impidió que abriera la puerta.

—Ni creas que te vas a salvar esta vez, jovencita. Tienes una cita con la señorita Williams.

—Pero ya tenía planes para hoy.

—¿Cómo cuáles?

—Voy a ver a Vanessa —mentí.

—Pensé que Vanessa y tú ya no eran amigas.

Pues no. No lo somos. De hecho ella me odia.

—Cancela tu cita con Vanessa y dile que la verás otro día.

—Íbamos a ir al cine y ya teníamos las entradas, no puedo cancelarla —Volví a mentir.

El rostro de mi madre comenzaba a tornarse rojo como un tomate, se estaba poniendo furiosa y yo también. En este tipo de situaciones era cuando interfería el esposo de mi madre, pero ahora no puede hacerlo, ya que murió hace dos años a causa de una enfermedad. Había veces en las que seguía escuchando a mamá llorar por su partida y por más que quisiera consolarla con mis palabras, no podía. El padre de Oliver jamás logró ganarse mi cariño y me costaba demasiado trabajo ponerme en los zapatos de mi madre.

—Ya te dije que iremos a esa cita y punto. ¿Qué no entiendes que es por tu bien, hija?

—Mamá, hemos ido a dos terapeutas, sin contar a la que me atendió cuando era niña y ¿adivina qué? No me siento diferente, así que lo mejor es ya no gastar más dinero en psicólogos que se supone que deben hacerme bien y dejar esto por la paz —Tomé la manija de la puerta para salir, pero cuando ya estaba afuera, mi madre siguió insistiendo con lo mismo y siendo honesta sus palabras colmaron mi paciencia.

—¡Nia Alexandra Relish, no te estoy preguntando! ¡Irás a esa maldita cita y punto! Es por tu...

—¡Pero ya me canse, mamá! —Interrumpí, enojada—. ¡Deja de decir que es por mi bien porque claramente no me siento bien! ¡Créeme que intento mejorar, pero simplemente no puedo! Así que te pido por favor que me dejes en paz —Cuando me di cuenta, ya estábamos haciendo todo un espectáculo para los vecinos. Mi madre miró detrás de mí para después bajar la mirada apenada.

Seguí la mirada de mi madre y me di cuenta de que uno de los hijos de la nueva familia que se había mudado a mi vecindario estaba disfrutando el espectáculo. No le di mucha importancia, así que solo me coloqué el gorro que incluía mi sudadera para cubrirme y me fui sin más. Mi madre siguió hablando, pero no supe si era a mí o al chico de la nueva familia.

Vaya forma de empezar el último día de vacaciones de verano.

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