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La habitación se llenó de una melodía que Jisung conocía muy bien, la había escuchado desde que tenía memoria y cada rincón de aquel castillo estaba impregnado con notas musicales invisibles que brillaban cada vez que sus dedos tocaban ese gastado piano.

El lugar estaba iluminado por tres ventanales del triple de tamaño que Jisung. El sol entraba justo por los vidrios y dejaba un haz de luz marcado en el suelo para que cada diminuta partícula volando por los aires se viera un poco más clara con ese destello.

Jisung ladeó la cabeza, irguió su espalda y dejó que sus manos tomaran vida propia, lejos de su control; independientes. Moviéndose a un ritmo que ya conocían y dejando sus huellas en cada una de las teclas, apretando, moviendo, rozando y volviendo a su lugar; con fuerza, suave; rápido, lento.

Cada movimiento era limpio y prolijo, mientras que el sol era su más apreciada musa, inspirándose de la belleza de una tarde soleada que pronto caería en picada, dejando lugar a su más fiel compañera: la luna.

Sus hombros subían y bajaban al compás de la música, sus ojos se abrían solo para admirar el apretar de aquellas notas. Sabía que no necesitaba una partitura cuando su cabeza proyectaba en sus paredes mentales el más claro de todos los documentos manuscritos que guardaban los recuerdos de un idioma entendido solo por sus manos y aquellos rectángulos blancos y negros.

Pero entonces, entre la suave melodía de una infancia marcada y la ya tenue luz de una tarde en compañía de la mismísima soledad, la puerta de madera que separaba el mundo ruidoso con aquel casi silencioso refugio se abrió de golpe, mostrando el rostro molesto de uno de sus hermanos menores.

El chico cerró la puerta con enojo, haciendo que Jisung suspirara en su lugar y se viera obligado a detener su más preciado momento del día para prestarle atención a aquel puchero lleno de molestia contenida.

El menor se sentó en uno de los sillones que descansaba al frente del ventanal y lanzó su cuello hacia atrás para cerrar los ojos con frustración. Pasó sus manos por su rostro como si fuera un niño pequeño y no un joven de diecinueve años que ocupaba el puesto de príncipe en aquel reino. Jisung, sin dejar que su espalda se encorvase —reglas de su instructor de modales—, apoyó su codo en la parte superior del piano y miró con paciencia a su hermano.

—¡Se muere! —soltó de golpe, sentándose en su lugar y recibiendo una ceja elevada por parte de Jisung—. ¡El protagonista del libro se muere! ¿Qué sentido tiene aquello? ¿Siquiera eso está permitido? Tantas páginas leídas para que al final todo perdiera el rumbo. Mis lágrimas no merecen ese trágico final.

—Hyunjin, es solo un libro. —Jisung se acomodó de nuevo en su lugar para juntar un par de partituras que estaban desparramadas por encima del piano.

—¡¿Solo un libro?! —Hyunjin se levantó de su asiento, totalmente indignado por las palabras de su hermano mayor—. ¡Retráctate de inmediato!

—No, no lo haré.

—No lo puedo creer. ¿Tú serás rey? No puedo permitir que me gobierne un hombre que no aprecia el arte de la lectura.

—Estás siendo un dramático. Eres un príncipe, Hyunjin. No te comportes como un adolescente frustrado. No es el primer libro con final trágico que lees, estoy seguro de eso.

Jisung acomodó las hojas en un estante de la habitación y se dio la vuelta para mirar el rostro indignado de su hermano. El más joven soltó un suspiro, dejándose caer por completo en el sillón una vez más. La luz que entraba por las ventanas hacía tan solo unos minutos estaba desapareciendo tan rápido como el polvo entre torbellinos de viento. La noche llegaría más pronto de lo que a Jisung le hubiese gustado.

Our Fairytale - [Minsung] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora