Capítulo XII

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La cena estaba saliendo tan bien como podría desearse, o eso quería pensar Mercucio. Al menos, ya iban por el segundo plato y nadie había sido apuñalado aún.

El Príncipe, sentado a la cabecera de la larga mesa del salón comedor, se mostró de un humor jocoso; entusiasmado con la idea de que sus herederos se llevaran bien con los jóvenes nobles de su pueblo y cumplieran su anhelado sueño de traer paz a las coléricas familias de Verona. Sin darse cuenta que su ahijado y su invitado se medían con la mirada, enfrentados a cada lado de la mesa.

Mercucio, invadido por un impulso infantil, se había dedicado a dar suaves puntapiés a la rodilla de Teobaldo, mientras este hacía lo posible para mantener la compostura y seguir la charla de su Príncipe como si nada pasara. Sentado junto a Teobaldo, a la derecha de su tío, Paris le dio una mirada de reproche a su primo, pero este hizo caso omiso y siguió con su molesta labor.

—Es una pena que tus tíos y tu dulce prima no puedan acompañarnos esta noche —se lamentó Valentino Della Scala—. Aunque no pasará mucho antes de que todos seamos una gran familia y no faltarán las ocasiones de vernos.

—Tengo entendido que panean casarse a fines de verano, ¿no, Paris? —agregó Mercucio volviéndose a su primo con verdadera emoción—. Debes avisarme con tiempo para que pueda prepararte el regalo de bodas más impresionante de todos.

—Será a finales de agosto —confirmó Paris con una sonrisa—. Me hubiera gustado tener un compromiso más largo, pero los señores Capuleto está algo ansiosos. Apenas pude convencerlos de esperar al decimosexto cumpleaños de Julieta.

—¡Vaya! Casarla tan joven a ella cuando tienen un solterón por el que deberían preocuparse más —exclamó Mercucio con sarcasmo—. Aunque me consta que debe ser difícil encontrar a una dama en Verona que sepa apreciar al bueno de Teobaldo.

—No seas grosero, primo —lo regañó Paris.

—Es broma, es broma —dijo el menor, con una sonrisa inocente y un puntapié a su rival—. No es así, ¿mi querido Teobaldo?

—Por supuesto —respondió el joven Capuleto, dándole una significativa mirada a Mercucio—. Además, no soy el único soltero aquí.

—El matrimonio no es para mí —respondió el aludido con un despreocupado encogimiento de hombros.

Valentino no dijo nada al respecto por respeto a su invitado, pero Mercucio adivinó lo que pensaba. Sabía que su padre deseaba verlo bien casado y convertido en la mano derecha de Paris. Siendo un príncipe, como le correspondía ser por derecho.

Tras el comentario de Mercucio, la cena siguió por rumbos que no le interesaban a este, conversaciones sobre la economía de la provincia y noticias de reinos y principados cercanos. El menor de los Della Scala se había aburrido hasta de molestar a Teobaldo cuando este, en un intento de esquivar los molestos golpes, cambió de postura y el pie de Mercucio terminó dándole en la entrepierna.

Una sonrisa de satisfacción se manifestó en el rostro de Mercucio al ver cómo el rubor florecía el rostro del Capuleto. Invadido por una tentación atroz, Mercucio decidió no quitar su pie de donde había quedado, con el taco de su zapato sobre el asiento de Teobaldo y su punta jugueteando con los pliegues de su doublet.

Teobaldo se puso rígido. Su rostro completamente sonrojado se volvió hacia Mercucio con una expresión estupefacta. Ni siquiera él lo creería capaz de tal acto indecoroso. Mercucio le dedicó una sonrisa maliciosa y levantó una oscura ceja, invitándolo a decir o hacer algo. Pero Teobaldo simplemente se quedó mirándolo un momento antes de pretender que nada estaba pasando, aun cuando un veneno verde ardía de odio en sus ojos.

Mercucio amó a TeobaldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora