Capítulo XIV

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Si el príncipe lo hubiera visto en este momento, sin dudas se escandalizaría, pensó Mercucio con una sonrisa de satisfacción.

Benvolio los había arrastrado a los tres hasta una taberna llena de Montesco escandalosos e indecorosos. Y allí, Mercucio pudo fingir que era uno de ellos. La taberna era un simple salón repleto de mesas y sillas de madera rustica que eran hábilmente esquivadas por las meseras; desde la barra el tabernero y padre de estas mantenía un mínimo de decencia en el lugar. En una esquina había un grupillo de músicos de poca monta junto a un hogar que no necesitaba encenderse en ese momento. Aunque la noche era fresca, allí dentro hacía un calor infernal que la cerveza apenas podía aligerar.

Tras saludar a sus parientes y rechazar la compañía de algunas damas, los primos Montesco y Mercucio se habían sentado en una mesa y un instante después cada uno tenía una jarra de vino en sus manos.

—¡Anda, Mercucio! Cuéntanos de tus conquistas por toda Europa —le pidió Benvolio, quien ya se había desprendido su jubón tras la tercera jarra.

—No son la gran cosa —respondió evasivamente el aludido, ganándose una mirada reprobatoria de sus amigos.

—¿Mercucio Della Scalla siendo modesto? ¡Llamen a Fray Lorenzo, nuestro diablo ha sido cambiado por un humano! —exclamó Romeo con sus mejillas ya enrojecidas.

Mercucio supo que no podría librarse de esta, así que con un suspiro preguntó:

—¿Qué quieren saber?

—Cantidad.

—Calidad.

—La mejor.

—La peor.

Mercucio volteó los ojos y, tras adoptar una postura arrogante, prosiguió a relatarle los amores más memorables que tuvo en los tres años que lo alejaron de sus amigos, con grandes exageraciones y cambiando algunos detalles. Detalles como que todas esas conquistas habían sido hombres.

Nunca se había sentido tan desgraciado como en aquellos momentos cuando tenía que mentirles a quienes más amaba. Pero, ¿qué otra cosa podría hacer? Mercucio no temía ganarse la reprobación de toda Verona e incluso de su familia, pero no podía soportar la idea de que sus amigos lo despreciaran. Porque no le cabía duda que lo harían. Si no era por sus gustos inmorales sería por haber incluido entre sus conquistas a un Capuleto, al mayor enemigo de los tres.

—En verdad te habíamos extrañado, Mer —dijo de pronto Romeo, rodeando a su amigo con un brazo y dejando caer su cabeza sobre su hombro.

—Sé que lo hicieron —respondió este, dándole palmaditas a los rizos castaños de su amigo claramente ebrio.

—¡Ni te imaginas! —exclamó Benvolio antes de beber un gran trago de su jarra—. Cuidar de este tonto es trabajo de dos.

—Veo que has tenido que crecer para hacer doble trabajo —consensó Mercucio con una sonrisa, y le dio un golpecito con el puño en los fuertes brazos de Benvolio.

—Algún día ya no tendremos esto —volvió a sorprenderlos el menor de los tres con un tono sombrío, separándose de Mercucio.

—¿A qué te refieres? —le preguntaron, apenas preocupados por su humor melancólico.

—Pronto nuestros padres elegirán a nuestras futuras esposa. Nos casaremos —respondió Romeo con una seriedad que sorprendió a los demás—. Ben y yo nos haremos cargo de los viñedos y Mercucio... Bueno, si no se escapa a la mar antes, trabajará para Paris o se casará con alguna princesa y se convertirá en rey de otras tierras.

—¿Yo, rey? —exclamó Mercucio.

—¿Él, rey? —repitió Benvolio.

—¿Por qué no? —se defendió Romeo—. El Príncipe Valentino sin dudas intentará casarte con una cortesana, Mercucio. Y todos sabemos que podrías enamorar hasta a la Reina Isabel de Inglaterra si te lo propusieras.

Mercucio amó a TeobaldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora