Capítulo XXI

2.9K 473 297
                                    

Cuando Romeo había entrado al salón de los Capuleto junto con sus amigos y se encontró a Julieta bailando con Paris, su buen humor también se había arruinado y, junto con Benvolio, no formaron la pareja más festiva del lugar. Por insistencia de Mercucio, deambularon por aquel carnaval de color y bebieron un poco; aunque el vino que los Capuleto importaban era realmente malo a su paladar.

Cada vez que su mirada volvía a Julieta, porque siempre volvía hacia ella, apenas podía contener sus ganas de tomarla de la mano y huir lejos de allí. Se sentía abrumado por aquel sentimiento egoísta. ¿Qué derecho tenía él sobre ella? Y, aun así, aprovechó un momento en el que Paris se distrajo, para acercarse a su ángel.

Julieta lo miró con grata sorpresa cuando lo tuvo frente suyo, haciendo una sincera reverencia antes de besar su mano, tal como lo haría un caballero.

—Si con mi mano indigna he profanado tu santa efigie, sólo peco en eso: mi boca, peregrino avergonzado, suavizará el contacto con un beso —le dijo el cuervo a la nívea paloma, con una sonrisa burlona bajo la máscara.

—Buen peregrino, no reproches tanto a tu mano un fervor tan verdadero —respondió el ángel al demonio, reconociendo los versos de un libro que habían leído juntos. Entonces aquella sonrisa infantil iluminó su rostro—. ¿Y mi regalo? —preguntó, mirando detrás de Romeo, como si esperaba encontrar una pila de obsequios.

Romeo no pudo responder porque, de pronto, la sala estalló en colores y exclamaciones cuando los ventanales mostraron un espectáculo de fuegos artificiales. Los invitados, ansiosos por ver mejor, se habían agolpado a las salidas.

Romeo, aún con su mano en la de Julieta, la llevó a un rincón de la sala donde no los veían. Aunque eso no era necesario pues todos tenían sus miradas vueltas hacia arriba. Solo Romeo y Julieta se miraban el uno al otro. Ella se había sorprendido por el estruendo y había saltado a los brazos de Romeo, que la protegieron de la multitud.

—Me temo, mi querida señora, que he venido con las manos vacías —respondió Romeo, apenado. Debió pensar en algún obsequio para su amiga.

—Vacías no están, me tienes a mí —le dijo ella con las mejillas encendidas.

Entonces, movida por un arrebato de valentía, Julieta le quitó su máscara a Romeo y en su lugar puso un beso en sus labios.

Romeo aspiró, sorprendido. Casi seguro que se encontraba en un sueño. Pero Julieta se sentía real entre sus manos. Tímida y temblorosa, pero tan real como el mismo sol. Con una mano estrechó su pequeña cintura, justo debajo de sus alas, acercándola más a él y llevó la otra a la suave mejilla de Julieta, tibia de rubor.

Pero entonces las explosiones terminaron y la fiesta volvió a la normalidad y, con ella, volvió Paris en busca de su dama. Julieta se asustó al oír su nombre y se separó de Romeo antes de que alguien los viera juntos. Él se vio obligado a escabullirse lejos de ella y de los ojos de otros Capuleto, dejando su máscara y parte de su corazón con Julieta.

Romeo buscó a Benvolio y le dijo que quería marcharse. Este no opuso resistencia. En los últimos días, su primo había estado de un humor sombrío que no era propio de él. Romeo no sabía qué decirle. Apenas si podía pensar y moverse con fingida normalidad. Pero, cuando estuvieron en la acera frente a la mansión, repararon que Mercucio no estaba con ellos.

—A ese es mejor perderlo que encontrarlo —se quejó Benvolio—. Apuesto mi pico a que cautivó a alguna doncella y se ha ido con ella. Vámonos a casa.

En ese momento, las piernas de Romeo se negaron a alejarse de la casa de su enemigo. ¿Cómo seguir adelante, si su amor estaba allí? El corazón aún le palpitaba con fuerza dentro de su pecho, queriendo volver junto a Julieta. Sus labios aún tenían la imprenta de los de ella.

Mercucio amó a TeobaldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora